El niño que jugó basquet
Había una vez en un pequeño pueblo de Argentina, un niño llamado Lucas. Lucas era un chico curioso, siempre explorando el mundo que lo rodeaba. Un día, mientras paseaba por el parque, vio un grupo de chicos jugando al básquet. El sonido del balón rebotando y las risas llenaban el aire.
"¡Qué divertido!" - pensó Lucas mientras miraba desde la distancia.
Sin pensarlo dos veces, se acercó a ellos y preguntó:
"¿Puedo jugar con ustedes?"
Uno de los chicos, llamado Julián, lo miró y respondió con una sonrisa:
"Claro, vení. Solo tienes que pasarme el balón cuando te lo tire."
Lucas se unió al juego y, aunque al principio se sentía un poco torpe, pronto empezó a disfrutar del momento. A medida que jugaban, se dio cuenta de que se divertía mucho y que el básquet era un deporte emocionante.
Después de un rato, el grupo decidió descansar. Lucas, emocionado por su primera experiencia jugando, dijo:
"¡Me encanta! ¿Puedo volver a jugar mañana?"
Julián sonrió de nuevo y le contestó:
"Claro, serás bienvenido. Pero si realmente querés mejorar, tenés que practicar."
Lucas se fue a casa pensando en cómo podía practicar. Esa noche, decidió pedirle a su papá un aro de básquet para poder jugar en su patio. Su papá, emocionado por la iniciativa de su hijo, le prometió ayudarlo a construir uno.
Poco a poco, Lucas fue practicando todos los días. A veces se frustraba porque no podía encestar, pero cada vez que eso pasaba, recordaba las palabras de Julián: “¡Practicar es la clave! ”. Así que se levantaba, tomaba su balón y seguía adelante.
Con el tiempo, Lucas comenzó a ser más hábil. No solo encestaba más a menudo, sino que también se hizo amigo de Julián y los demás chicos. Un día, Julián le propuso formar parte del equipo del colegio:
"Estamos buscando un nuevo integrante. ¿Te gustaría unirte a nosotros?"
Lucas, con un brillo en los ojos, respondió:
"¡Sí, sí, quiero! Pero, ¿y si no soy lo suficientemente bueno?"
Julián lo miró y con confianza le dijo:
"No importa. Lo que realmente importa es que disfrutes jugar. Entonces, vení a la práctica el lunes."
Esa tarde, Lucas tuvo un sueño que no podía ignorar: ser un gran jugador de básquetbol. Al día siguiente, se despertó decidido a dar todo de sí. Así, cada lunes, miércoles y viernes, asistía a las prácticas con su equipo, aprendía y mejoraba, y lo más importante, se divertía.
Sin embargo, un día, en medio de un partido, Lucas cometió un error. En lugar de pasar el balón a su compañero, intentó encestar, pero falló y su equipo perdió el partido.
Al terminar el juego, Lucas se sentía decepcionado. Cuando llegó a casa, su mamá le preguntó:
"¿Cómo te fue hoy, hijo?"
"Perdimos porque fallé un tiro y me siento muy mal. Quizás no soy tan bueno."
Su mamá lo abrazó y le dijo:
"Hijo, todos fallamos, incluso los mejores jugadores. Lo que importa es aprender de nuestros errores y seguir intentándolo. Nunca te desanimes."
Pensando en lo que su mamá le había dicho, Lucas decidió que no iba a rendirse. En lugar de dejar que el fracaso lo desanimara, decidió practicar aún más duro. Se enfocó en mejorar sus tiros, estrategias y trabajo en equipo.
Pasaron las semanas, y gracias a su esfuerzo y dedicación, Lucas se convirtió en un jugador clave del equipo. Finalmente, llegó el torneo del colegio, y el equipo de Lucas se preparó con muchas ganas.
El día del torneo, el gimnasio estaba lleno de estudiantes y padres que animaban a los equipos. Lucas estaba un poco nervioso, pero recordó las palabras de su mamá.
Durante el partido, después de algunos momentos difíciles, llegó la oportunidad de anotar un punto crucial en los últimos minutos.
"¡Vamos, Lucas! ¡Podés!" - gritó Julián desde el banco.
Lucas tomó el balón. Con toda la práctica de los últimos meses, lanzó y, para su sorpresa, encestó. El público estalló en aplausos y gritos.
El partido terminó y su equipo ganó. Al final, Julián se acercó y le dijo:
"¡Lo hiciste, Lucas! No solo encontraste tu lugar en el equipo, sino que demostraste que con esfuerzo se pueden lograr las cosas."
Lucas sonrió, rodeado de sus amigos y familiares. Aprendió que ganar o perder no era lo más importante, sino disfrutar el proceso y nunca rendirse ante las dificultades.
Desde ese día, Lucas se convirtió en un gran jugador y más importante aún, en un gran amigo. Y así, la historia del niño que jugó básquet se convirtió en la historia de un niño que aprendió a creer en sí mismo, a trabajar en equipo y a nunca dejar de soñar.
FIN.