El Niño que LLegó a Viejo Buscando la Felicidad del Mundo



Había una vez un niño llamado Samir que vivía en un pequeño pueblo rodeado de montañas y ríos relucientes. Desde muy pequeño, siempre escuchaba a los adultos hablar sobre la felicidad. Algunos decían que era tener mucho dinero, otros creían que era viajar por el mundo, y otros simplemente hablaban de tener una gran casa. Samir, aunque era solo un niño, soñaba con descubrir lo que realmente era la felicidad.

Un día, decidió embarcarse en una aventura. "Voy a encontrar la felicidad, aunque me tome toda la vida", dijo decidido. Así, con una mochila de sueños y un gorro de explorador, partió al amanecer, dejando atrás el calor del hogar.

Mientras caminaba, se encontró con un anciano que estaba sentado en un banco del parque. El hombre parecía muy feliz.

"Hola, abuelo", saludó Samir. "¿Podrías decirme qué es la felicidad?"

"Claro, muchacho. La felicidad es disfrutar de cada momento. ¿Ves ese árbol? Siéntate a su sombra y escucha cómo sus hojas cuentan historias", respondió el anciano.

Samir se quedó pensando. "Quizás la felicidad está en las cosas simples", murmuró, pero aún le parecía que había más por descubrir.

Así continuó su camino, hasta que llegó a un mercado donde las personas vendían coloridos productos. Una mujer le ofreció un juguete brillante.

"Esto te hará feliz, niño. ¡Mira qué lindo!"

Samir sintió una mezcla de emoción y deseo. Pero, tras un momento, recordó las palabras del anciano.

"Gracias, señora, pero yo busco otra cosa. Creo que la felicidad no está en los juguetes", respondió.

Siguió su viaje hasta que llegó a una playa deslumbrante. Allí, vio a niños jugando, riendo y construyendo castillos de arena. Se unió a ellos y, por un momento, se sintió increíblemente feliz.

"¡Esto es genial!", gritó Samir mientras lanzaba agua.

Sin embargo, al caer la tarde, los niños volvieron a sus hogares, y Samir se dio cuenta de que la felicidad era efímera como el agua entre sus dedos.

Con el corazón un poco triste, decidió seguir buscando. Llegó a una gran ciudad y al ver las luces brillantes y los sonidos alegres, pensó que ahí podría encontrar su felicidad. Le preguntó a un artista en una esquina.

"¿Maestro, qué es la felicidad?"

"El arte es la felicidad, joven. Cuando pintas, le das vida a las emociones. ¡Pruébalo!"

Samir tomó un pincel y comenzó a pintar lo que sentía. Pero al ver que las pinturas no eran como él quería, se frustró.

"No puedo, esto no es para mí", dijo Samir con desánimo.

A medida que pasaban los años, Samir continuaba buscando en diferentes lugares y contextos: en una granja aprendió sobre la sencillez de cuidar animales; en una montaña apreciaba la belleza de las vistas; y en cada rincón del mundo, encontraba destellos de felicidad, pero nunca la sentía completa.

Finalmente, después de tantos años de búsqueda, llegó a un tranquilo campo al atardecer. Allí, se encontró con el anciano del parque de su infancia.

"¿Eres tú, abuelo?", inquirió, sorprendido.

"Sí, y veo que has viajado mucho. ¿Encontraste la felicidad?"

Samir suspiró.

"He visto y vivido muchas cosas, pero nunca encontré la felicidad que el mundo promete."

"Eso es porque la felicidad no está en buscarla por ahí, Samir. La felicidad está aquí mismo, en las conexiones que haces, en lo que dejas en el camino. Es aprender a disfrutar y apreciar los momentos, por pequeños que parezcan. ¿Recuerdas el árbol y las hojas?"

Viendo la sabiduría en sus palabras, Samir comprendió que había estado buscando en los lugares equivocados. La felicidad se encontraba en sus recuerdos, en las risas compartidas, en las personas que conoció, y en cada momento vivido, desde los más sencillos hasta los más extraordinarios.

Así, Samir se dio cuenta de que había recorrido un largo camino, pero la verdadera felicidad siempre había estado a su alcance. Con una sonrisa, se sentó en el campo, justo enfrente del atardecer, y disfrutó del simple hecho de estar ahí.

"Gracias, abuelo. La felicidad no es un destino, sino un viaje", concluyó, dejando que el sol se ocultara por el horizonte, prometiendo vivir cada día con alegría y gratitud.

Y así, el niño que buscó la felicidad a través del mundo aprendió a encontrarla en su propio corazón.

FIN.

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