El niño que movía montañas



Había una vez en un pequeño pueblo llamado Verdecolina, un niño llamado Mateo. Desde muy pequeño, Mateo había notado que tenía habilidades especiales. Podía hacer volar objetos con su mente, comunicarse con los animales y, lo más sorprendente, podía mover montañas. Sin embargo, las montañas que movía eran solo pequeñas piedras que recogía en el jardín de su abuela.

Un día, mientras jugaba en el bosque, Mateo escuchó un gran estruendo. Miró hacia arriba y vio cómo una nube oscura se acercaba rápidamente al pueblo. Eran las nubes de tormenta más grandes que había visto.

"¿Qué está pasando, Mateo?" - le preguntó su amigo Lucas, quien había llegado al bosque buscando al niño.

"No lo sé, Lucas, pero algo me dice que debemos avisar a los demás. Esto no se ve bien" - contestó Mateo, sintiendo cómo su corazón comenzaba a acelerar. Juntos, corrieron hasta la plaza del pueblo, donde encontraron a los vecinos reunidos.

"¡Gente, la tormenta viene rápido! ¡Es mejor que nos preparemos para lo que sea!" - gritó Lucas, tratando de captar la atención de todos.

Pero la preocupación de los adultos era palpable. Nadie sabía qué hacer. Entonces, Mateo recordó lo que su abuela siempre le decía sobre la importancia de creer en uno mismo.

"¡Yo puedo ayudar!" - exclamó Mateo, sintiendo un hormigueo en sus manos. A pesar de su inseguridad, miró a sus amigos y a los adultos. "Voy a usar mis poderes para intentar detener la tormenta. No tengan miedo."

Algunos adultos lo miraron con escepticismo, pero los niños lo miraron con esperanza. Mateo se concentró y comenzó a mover sus brazos. Las pequeñas piedras a su alrededor comenzaron a flotarle en el aire. Con un gran esfuerzo, se dirigió a donde estaban las nubes oscuras.

"¡Vuelvan a donde vinieron!" - gritó, mientras le lanzaba las piedras a las nubes.

Sorprendentemente, las piedras alcanzaron las nubes y el cielo comenzó a cambiar. Mateo sintió un poder que nunca antes había experimentado. Era como si la naturaleza estuviera de su lado.

Pero de repente, el viento comenzó a soplar más fuerte y las nubes reaccionaron. La tormenta se intensificó, y una rayo cayó cerca de ellos. Todos gritaron al ver cómo la naturaleza se alzaba contra el niño.

"¡No te rindas, Mateo!" - gritó Lucas con aliento entrecortado.

Mateo cerró los ojos e imaginó la calma, el sol brillando, las flores floreciendo.

"¡Calma!" - exclamó de nuevo.

Con cada palabra, comenzó a sentir cómo la ira de la tormenta disminuía. Y, poco a poco, las nubes comenzaron a desvanecerse.

"¡Lo hiciste, Mateo!" - gritó Lucas, mientras todos aplaudían con alegría.

Un rayo de sol atravesó las nubes, iluminando el pueblo. La tormenta se había ido, y Mateo se sintió más fuerte que nunca, sabiendo que había hecho lo correcto.

"¡No soy solo yo! Todos ustedes tuvieron fe en mí!" - dijo sonriendo. "Juntos, somos más fuertes."

Desde ese día, Mateo no solo fue conocido como el niño que podía mover montañas, sino como el héroe de Verdecolina. Aprendió que no se trataba solo de tener habilidades, sino de creer en uno mismo y trabajar en equipo.

Los habitantes del pueblo, inspirados por su valentía, comenzaron a enseñar a los niños sobre la naturaleza y cómo cuidar su hogar. Y así, Verdecolina se convirtió en un lugar donde todos trabajaban juntos para cuidar su entorno. Mateo entendió que su responsabilidad era no solo salvar a su pueblo, sino también enseñar a otros a cuidar el mundo.

Y así, Mateo, con sus poderes y un enorme corazón, continuó moviendo montañas, pero esta vez no solo de piedras, sino las montañas de problemas que enfrentaba su comunidad. Con su ayuda, el pueblo floreció como nunca antes. Todos aprendieron que, aunque a veces la vida nos presente tormentas, siempre hay una manera de volver a encontrar la calma, siempre que uno crea en su propio poder y en el de los demás.

FIN.

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