El Niño que No Hacía Sus Tareas
Érase una vez un niño llamado Lucas que vivía en un pequeño pueblo rodeado de montañas. Lucas era un chico amable y divertido, pero había un pequeño detalle que lo diferenciaba de sus compañeros: no le gustaba hacer sus tareas escolares. Todos los días, su maestra, la señora Martínez, le recordaba sobre las actividades.
"Lucas, no olvides tus tareas", le decía con una sonrisa.
"No te preocupes, señora Martínez, mañana las traigo", respondía Lucas, sin saber que cada vez se alejaba más de sus responsabilidades.
Un lunes, la señora Martínez decidió hacer algo diferente. Sabía que Lucas tenía mucho potencial, así que organizó una competencia de tareas en la clase. El ganador recibiría un premio especial: una excursión al lago con tres amigos. Excitado por la idea de pasar un día de aventura, Lucas se sintió motivado por primera vez.
"¡Voy a ganar!", pensó Lucas. Pero cuando llegó el momento de entregar las tareas, Lucas se dio cuenta de que había dejado todo para último momento. Su corazón se hundió al ver que sus compañeros, como Sofía y Martín, habían trabajado duro.
"No puedo entregar esto. Será una vergüenza", se dijo a sí mismo. Cuando la señora Martínez vio que Lucas no llevó nada, se acercó.
"Lucas, ¿qué pasó?", preguntó con curiosidad.
"No hice nada…", contestó avergonzado.
La maestra lo miró con comprensión.
"Está bien, Lucas, pero cada tarea es una oportunidad de aprender algo nuevo. ¿Qué te parece si te ayudo? Podemos repasar juntos para la próxima vez". Lucas asintió y, aunque dudaba, decidió aceptar.
A partir de ese día, comenzó a trabajar con la señora Martínez después de clases. Cada día, Lucas descubría algo nuevo y maravilloso sobre el aprendizaje.
"¿Sabías que los animales tienen sus propios superpoderes?", le explicó la señora Martínez durante su lección sobre biología.
"¡Wow! ¡Nunca lo había pensado!", exclamó Lucas. La curiosidad de Lucas crecía a medida que las tareas se hacían más divertidas.
Pasaron las semanas y, aunque no ganara la excursión esa vez, Lucas sentía que había ganado algo mucho más valioso: la confianza en sí mismo. Un día, la señora Martínez lo elogió frente a toda la clase.
"Estoy muy orgullosa de ti, Lucas. Has mejorado tanto que te felicito por tu esfuerzo". Lucas sonrojó. Sabía que, poco a poco, eso se debía al trabajo que había realizado.
Un mes después, la señora Martínez decidió hacer otra competencia. Lucas estaba listo. Participó y, sorprendentemente, se alzó como el ganador esta vez.
"¡Lo logré!", gritó emocionado.
"¡Te lo mereces, Lucas!", lo alentó Sofía, su mejor amiga.
La profesora le entregó el premio con una gran sonrisa. Y cuando llegó el día de la excursión, Lucas estaba feliz, no solo por el paseo al lago, sino porque había aprendido a valorar la educación y hacer sus tareas.
Mientras caminaban por el sendero del lago, Lucas miró a sus amigos y dijo:
"Gracias, chicos. Por apoyarme siempre".
"Estamos todos juntos en esto", respondió Martín.
"Y lo mejor de hacer las tareas es que aprendemos mucho más de lo que pensamos", agregó Sofía, sonriendo.
Desde aquel día, Lucas nunca volvió a dejar nada para mañana. Aprendió que cumplir con sus responsabilidades era la clave para abrir puertas a nuevas aventuras y oportunidades. Y así, el niño que no hacía sus tareas se convirtió en el niño que disfrutaba cada momento de aprender.
Y colorín colorado, ¡este cuento se ha acabado!
FIN.