El niño que no quería alimentarse bien
Había una vez un niño llamado Lucas, que vivía en un pequeño pueblo rodeado de montañas y ríos cristalinos. A Lucas le encantaban los dulces y las golosinas, pero no le gustaban las verduras ni la fruta. Cada vez que su mamá le preparaba una comida saludable, él fruncía el ceño y decía:
"¡No quiero eso! Prefiero un helado de chocolate".
Su mamá, que tenía mucha paciencia, intentaba explicarle:
"Lucas, si comes bien, tendrás más energía para jugar y crecer fuerte. Las verduras son muy ricas en vitaminas".
Pero Lucas no quería escuchar. Un día decidió que iba a comer solo dulces y golosinas. Se llenó la mochila con caramelos, galletitas y chocolates y salió corriendo a jugar con sus amigos, Matías y Sofía, en el parque.
Mientras estaban jugando al fútbol, Lucas comenzó a sentir que se cansaba rápidamente. Se sentó en una banca y respiró profundamente.
"¿Estás bien, Lucas?" preguntó Matías.
"No sé, me siento un poco raro". Lucas respondió, y con un tono preocupado añadió: "Creo que tengo mucha sed".
"¿Cuánto comiste hoy?" preguntó Sofía.
"Solo algunas galletas y un par de caramelos". Lucas se encogió de hombros.
Los amigos se miraron y, aunque se preocupaban por Lucas, también estaban un poco divertidos porque nunca lo habían visto así. Sofía, que había estado leyendo un libro sobre alimentación, dijo:
"Tal vez deberías comer algo de fruta y verduras. Dicen que son ricas y te dan fuerza".
Lucas frunció el ceño.
"No quiero eso. Quiero más galletas".
Pero el día siguió y Lucas se sintió más cansado. Cuando quisieron jugar otra vez, Lucas apenas pudo correr. Se sintió un poco triste porque no podía seguir el ritmo de sus amigos.
"No puedo más. Estoy agotado". Dijo Lucas tratando de recuperar el aliento.
Matías y Sofía decidieron hacer una pausa y se sentaron a su lado.
"Lucas, ¿por qué no comes algo diferente? Te prometo que las verduras pueden estar ricas si las pruebas de otra manera".
Lucas los miró con curiosidad.
"¿Cómo?"
"Podríamos hacer una ensalada de frutas, eso podría ser divertido". Proclamó Sofía.
Lucas pensó un momento y, aunque no estaba del todo convencido, aceptó. En ese instante advirtieron que la tienda del pueblo tenía un puesto de frutas.
"Vamos, a comprar algunas". Dijo Matías emocionado. Cuando llegaron, Lucas miró las coloridas frutas.
Los vendedores les dieron una buena idea:
"¿Quieren probar una ensalada de frutas con un toque de miel?".
Lucas entrecerró los ojos, pero su curiosidad crecía.
"Podríamos hacer eso", dijo finalmente. Así que compraron manzanas, peras y un poco de miel. Al regresar a casa, juntos se pusieron a preparar la ensalada. Lucas nunca había estado tan entusiasmado con la cocina.
Cuando la probaron, Lucas se sorprendió.
"¡Wow! ¡Está buenísima!". Dijo mientras sus ojos brillaban de alegría. En ese momento, se dio cuenta de lo divertido que podía ser comer algo diferente y sabroso.
Después de ese día, Lucas decidió que no solo comería dulces y golosinas, sino también frutas y verduras. Aprendió que la variedad en su alimentación lo hacía sentir mejor y con más energía.
Ya no fruncía el ceño cuando su mamá le preparaba una comida saludable. En cambio, decía:
"¡Mamá, qué rico huele! ¿Puedo ayudar a cocinar?".
Desde entonces, Lucas se convirtió en un gran aliado de su mamá en la cocina. A veces hacía ensaladas de frutas con sus amigos Matías y Sofía. Y todas las semanas probaban una nueva receta saludable.
A medida que pasaban los días, Lucas se valuó no solo por sentirse mejor físicamente, sino también por descubrir nuevos sabores junto a sus amigos. Comprendió que alimentarse bien era un gran regalo que podía hacerle a su cuerpo y también a su vida.
Y así, Lucas aprendió que todo se puede probar, y que alimentarse bien no solo puede ser bueno para la salud, sino también divertido y delicioso. Y colorín colorado, este cuento se ha acabado.
FIN.