El niño que no quería participar
Hace muchos años, en un pequeño pueblo lleno de colores, vivía un niño llamado Tomás. Tomás era un niño amable y cariñoso, pero tenía un pequeño problema: no le gustaba participar en las actividades del colegio. Siempre se sentaba al fondo de la clase, observando cómo sus compañeros se divertían mientras hacían obras de teatro, competían en deportes o pintaban murales.
Un día, la maestra de Tomás, la señora Clara, anunció que se realizaría una gran feria de talentos. Todos los alumnos debían presentar algo, ya fuera cantar, bailar o mostrar algún talento especial. Tomás se sintió incómodo y decidió no participar.
"No me gustaría hacer eso, señora Clara. Soy un desastre en todo", dijo Tomás, encogiéndose de hombros.
"Pero Tomás, todos tienen algo especial dentro, incluso vos. Vení, animate y busquemos lo que te gusta", insistió la maestra.
Tomás solo sonrió tímidamente y decidió dejarlo pasar. Sin embargo, a medida que se acercaba la fecha de la feria, sus compañeros comenzaron a ensayar. Escuchaba risas y aplausos, y eso lo llenaba de una extraña mezcla de tristeza y envidia.
Una tarde, después de clase, Tomás se quedó en el patio, completamente solo. Observó a sus compañeros ensayando un baile en el que todos parecían disfrutar mucho.
"¡Es tan divertido!", exclamó Sofía, una de sus compañeras.
"Sí, y los trajes son geniales!", agregó Martín.
Tomás, sintiéndose cada vez más fuera de lugar, se alejó de ellos. Justo en ese momento, vio a un grupo de niños de otro grado que intentaban volar un cometa, pero la cuerda se les había enredado.
Sin pensarlo, se acercó y les dijo:
"¿Necesitan ayuda?"
Los niños lo miraron sorprendidos y luego estallaron en risas.
"¡Sí, no logramos desenredar esto!"
Tomás, aunque nervioso, se arremangó y comenzó a ayudar. Juntos, lograron liberar el cometa. Cuando lo alzaron al cielo, todos aplaudieron y saltaron de alegría.
"¡Genial, Tomás! Eres buenísimo para esto!", le dijeron.
Tomás sonrió por primera vez. Se dio cuenta de que, aunque no era un experto en bailar o cantar, sí podía ser parte de algo especial al ayudar. Al día siguiente, se armó de valor y decidió hablar con la señora Clara nuevamente.
"Creo que puedo ayudar a otros en la feria. ¿Puedo hacer un taller de cometas?", preguntó tímidamente.
"¡Eso suena increíble, Tomás! Cuantos más, mejor. ¡Contá conmigo!", respondió la señora Clara iluminando su rostro.
Esa tarde, Tomás salió a buscar materiales para hacer los cometas. Se sintió emocionado, una sensación nueva comenzó a brotar en su interior. El día de la feria llegó y el espacio estaba lleno de risas, música y mucho color.
Cuando fue su turno, Tomás se puso nervioso, pero cuando vio a sus amigos y compañeros mirándolo con sonrisas alentadoras, se sintió más seguro.
"Hoy vamos a volar un cometa juntos. ¡Los invito a que hagan el suyo!", dijo Tomás, sintiéndose más vivo que nunca.
Con su guía, todos los niños construyeron cometas y aprendieron a volarlas. El cielo se llenó de colores y risas.
"¡Mirá el mío volando alto!", gritó Sofía.
"¡Esto es lo mejor!", exclamó Martín.
Tomás, rodeado de compañeritos felices, comprendió que ser parte de algo, sin importar si se es el protagonista o no, era lo que hacía la experiencia real y especial.
Desde ese día, Tomás no solo siguió siendo un buen compañero y ayudante, sino que también aprendió a disfrutar cada vez más de participar. Al año siguiente, se animó a organizar un grupo para hacer una obra de teatro.
Eventualmente, se dio cuenta de que no importaba lo que hiciera, lo que más contaba era la compañía, la amistad y el valor de abrirse a vivir nuevas experiencias. Después de todo, cada uno tiene su propio talento, solo hay que tener el valor de encontrarlo. Y así, en un pequeño pueblo lleno de colores, Tomás se convirtió en el niño que no solo participaba, sino que también inspiraba a los demás a hacerlo.
Y así terminó la historia de Tomás, el niño que aprendió el verdadero valor de participar.
FIN.