El Niño que No Sabía Dónde Dormía el Sol
En un pequeño pueblito llamado Cielo Claro, vivía Luca, un niño curioso y lleno de preguntas. Una tarde, mientras jugaba en el parque, vio que el sol comenzaba a esconderse detrás de las montañas. Intrigado, se acercó a su amigo Tomás, un niño un poco mayor que él.
"Tomás, ¿sabés dónde se va el sol cuando se esconde?", preguntó Luca, sus ojos brillando con expectativa.
"No lo sé, pero dicen que duerme detrás de las montañas para volver a salir al amanecer", respondió Tomás, encogiéndose de hombros.
Luca decidió que necesitaba encontrar la respuesta a su pregunta; era un misterio que no podía dejar pasar. Así que junto a Tomás, decidieron que al día siguiente irían en busca del lugar donde dormía el sol.
Al día siguiente, con mochilas llenas de provisiones, los niños se aventuraron hacia las montañas. Caminaban emocionados por el sendero, charlando sobre lo que harían al llegar.
"Quizás podemos encontrar una cueva donde el sol guarda sus sueños", sugirió Luca.
"O una cama de nubes donde se arropa con estrellas", agregó Tomás, imaginando un paisaje mágico.
Después de varias horas de caminata, llegaron a la ladera de una montaña. Allí encontraron a una anciana sentada en una roca, mirando el horizonte.
"Hola, ¿ustedes son buscadores de misterios?", les preguntó la anciana con una sonrisa.
"Sí, queremos saber dónde duerme el sol", respondió Luca con determinación.
La anciana se rió y, al ver su seriedad, se inclinó hacia ellos.
"El sol no duerme en un lugar físico, chicos. Se va para preparar otro día lleno de luz. Pero si quieren saber más, deben aprender a escuchar y a observar la naturaleza".
Intrigados, los niños se sentaron junto a ella.
"¿Cómo podemos escuchar y observar?", preguntó Tomás.
"Cada color del cielo, cada sombra que se alarga, cada brisa que sopla trae consigo un mensaje. Si prestan atención, descubrirán los secretos del mundo", dijo la anciana.
De repente, el viento sopló fuerte y un grupo de aves voló en dirección hacia el sol que comenzaba a ocultarse.
"¡Mirá, Luca! ¡Las aves están volviendo a sus nidos!", exclamó Tomás, emocionado.
Con curiosidad, los niños decidieron seguir a las aves y se adentraron en la montaña. Mientras caminaban, comenzaron a notar pequeñas flores que se abrían y cerraban con el ocaso.
"Las flores también parecen saber que es hora de dormir", observó Luca.
"Claro, cada ser tiene su propio ritmo, al igual que el sol", respondió Tomás.
Mientras tanto, la antigua les contaba historias sobre la vida en el campo y la importancia de cuidar la naturaleza para que el sol pudiera iluminar y dar vida a todo.
"Si cuidamos a nuestros árboles, a los ríos, y hacemos que este lugar sea un hogar amable, el sol siempre volverá", les dijo.
Después de horas de conversación y aprendizaje, el sol finalmente se escondió detrás de las montañas.
Sin embargo, algo podía saberse: el sol, aunque ya no se veía, continuaba brillando en sus corazones y en la promesa de un nuevo día.
"Ya entiendo, no se trata solo de un lugar. El sol vive en cada uno de nosotros, siempre que lo recordemos", reflexionó Luca.
"¡Sí! Y podemos ser parte de su viaje cuidando nuestro entorno", agregó Tomás.
Con una sonrisa y con el corazón lleno de alegría, los niños regresaron a casa, sabiendo que el verdadero misterio no era solo dónde dormía el sol, sino cómo podían hacerlo brillar en el mundo con sus acciones.
Desde entonces, Luca y Tomás se convirtieron en los guardabosques del pueblito, cuidando el entorno y enseñando a otros a escuchar el canto de la naturaleza y a admirar el brillo del sol. Así, Cielo Claro se convirtió en un lugar aún más hermoso, donde todos aprendieron que las respuestas a las grandes preguntas se encuentran muchas veces en las pequeñas cosas que nos rodean.
FIN.