El niño que nunca había visto el otoño



En un pequeño pueblo, escondido entre altas montañas y verdes praderas, vivía un niño llamado Mateo. Desde que nació, siempre había disfrutado de la cálida y soleada primavera y del calor del verano, pero nunca había experimentado la mágica estación del otoño.

Un día, mientras Mateo jugaba en el parque, vio cómo el viento comenzaba a soplar con más fuerza.

"¿Qué es eso?", preguntó curioso, mirando las hojas bailar en el aire.

"¡Es el viento que anuncia la llegada del otoño!", respondió su amiga Lola, una niña con trenzas y ojos brillantes. "Pronto todo cambiará."

Mateo frunció el ceño, intrigado. A él siempre le habían dicho que el otoño era una estación triste, llena de hojas muertas. Decidido a entenderlo, le pidió a Lola que lo acompañara en una aventura para descubrir qué era el otoño.

"¡Vamos a buscar los colores del otoño!", propuso.

Las dos amigas se dirigieron al bosque que rodeaba el pueblo. A medida que caminaban, comenzaron a notar cómo el paisaje cambiaba. Las hojas en los árboles se tornaban en diferentes tonalidades: amarillos, naranjas y rojos.

"Mira, Mateo!", exclamó Lola. "¡Es hermoso! Las hojas parecen una pintura."

Mateo nunca había visto algo así. Emocionado, comenzó a recolectar hojas caídas. Mientras lo hacía, escucharon un crujido detrás de un arbusto. Era un pequeño ardilla que las observaba curioso.

"¿Cómo es que no conocías el otoño?", preguntó el ardilla, tildeando su cabecita. "Es una época llena de sorpresas. ¡Hay muchas cosas por descubrir!"

Mateo sonrió al escuchar al ardilla.

"Quiero saber. ¿Qué más hay en el otoño?"

"Hay algo muy especial: ¡las cosechas! En esta época, los agricultores trabajan muy duro. Ven, te mostraré."

Siguieron al ardilla, que los llevó a una granja cercana, donde los agricultores estaban recogiendo calabazas y manzanas. Mateo miró con asombro las hileras de fruta brillantes bajo el sol.

"¿Puedo ayudar?", preguntó entusiasmado.

"¡Claro que sí!", respondieron los granjeros con una sonrisa.

Mateo se unió a la cosecha, y mientras recolectaba, comenzó a aprender sobre la importancia de la comida que llegaba a su mesa y el esfuerzo que se requería para cultivarla. Después de un tiempo, miró a su alrededor y se dio cuenta de que no sólo estaba trabajando, sino disfrutando de esos momentos.

Al caer la tarde, regresaron a la casa del ardilla, quien les ofreció un delicioso té de manzana. Mientras disfrutaban de la bebida calentita, Mateo sintió una paz que nunca había experimentado.

"¿Viste? El otoño no es solo hojas muertas. Es un tiempo de cambios y nuevos comienzos", dijo el ardilla con satisfacción.

"¡Tienes razón! Mañana quiero volver y ayudar a plantar cosas para la próxima primavera", dijo Mateo emocionado.

Así pasó el tiempo. Cada día, Mateo y Lola exploraban algo nuevo relacionado con el otoño: aprendieron a hacer mermelada de manzana, participaron en festivales de la cosecha y jugaron en montones de hojas. Mateo se dio cuenta de que lo que había creído sobre el otoño era solo un mito, una idea equivocada.

Al final de la temporada, un día antes de la llegada del invierno, mateo se sentó junto a Lola en un banco del parque y le explicó cómo se sentía.

"El otoño me enseñó que siempre hay espacio para el cambio, y que el cambio puede ser hermoso", dijo Mateo.

"Sí! Y en cada estación hay algo nuevo por descubrir.", respondió Lola, sonriendo.

Mateo miró por un momento las hojas doradas que caían de los árboles y se dio cuenta de que el ciclo de la vida siempre está en movimiento. Aprendió a disfrutar de cada estación y a apreciar los cambios que venían con ellas.

Y así, el niño que nunca había visto el otoño, se convirtió en un experto de sus maravillas, sabiendo que cada cambio trae consigo cosas emocionantes. Desde aquel día, siempre mirarían hacia el futuro con la promesa de nuevas aventuras.

FIN.

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