El niño que perdió la capacidad de imaginar
En un pequeño pueblo llamado Verdesueño, vivía un niño llamado Lucas. Tenía diez años y era conocido por su gran imaginación. Lucas podía convertir cualquier situación aburrida en una aventura extraordinaria. Sin embargo, un día, algo extraño ocurrió.
Una mañana, Lucas se despertó y trató de imaginar un dragón volando por su ventana, pero no pudo.
- ¿Qué me pasa? - se preguntó, confundido. —No puedo imaginar nada.
Desanimado, decidió salir al parque para jugar con sus amigos. Cuando llegó, vio a sus amigos construyendo un castillo de cartón.
- ¡Hola, Lucas! - gritó Juan, su mejor amigo. - Ven, estamos construyendo una fortaleza.
- Pero no sé qué hacer... - respondió Lucas, bajando la cabeza.
- No pasa nada. Imaginá que estamos en una guerra contra piratas - dijo Ana, con una gran sonrisa.
Pero Lucas solo los miró con tristeza. No podía imaginar esa guerra, ni siquiera podía imaginar cómo se verían los piratas.
Los días pasaron y Lucas se sentía cada vez más solo. Sus amigos seguían inventando historias, pero él solo se sentaba a observar. Al notar su ausencia, Juan le dijo un día:
- ¡Lucas, ven! Vamos a ver a Doña Sofía. Ella siempre tiene buenas historias.
Doña Sofía era una anciana que contaba cuentos mágicos a los niños del pueblo. Lucas, sin muchas ganas, decidió acompañarlos. Al llegar, Doña Sofía sonrió y les dijo:
- ¡Hola, chicos! ¿Les gustaría escuchar un cuento?
Mientras contaba la historia de una princesa que vivía en un castillo lejano, Lucas sintió una pequeña chispa encenderse en su interior. Pero cuando la historia terminó, la chispa se apagó. Como si leyera sus pensamientos, Doña Sofía se acercó a él y le preguntó:
- ¿Por qué te ves tan triste, Lucas?
- Ya no puedo imaginar nada - confesó el niño, sintiéndose aún más abrumado.
- A veces, solo necesitamos un pequeño empujón - dijo la anciana y le regaló un libro de cuentos. - Aqui hay historias de dragones, princesas y mundos lejanos.
Lucas, aunque dudoso, se llevó el libro a casa. Esa noche, decidió abrirlo. Al principio, solo veía palabras, pero de repente, algo mágico sucedió. Las palabras comenzaron a cobrar vida en su mente.
El dragón apareció volando y la princesa lo llamaba.
- ¡Por fin! - gritó Lucas, emocionado. - ¡Estoy imaginando!
Cada noche, sumergía en el libro y su imaginación florecía. Sin embargo, Lucas notaba que no podía ser siempre tan dependiente de las historias ajenas. Tal vez era hora de crear su propia historia.
Así que un día decidió organizar un encuentro con sus amigos para compartir sus propias aventuras.
- ¡Chicos! - los llamó con voz fuerte. - Voy a contarles una historia de un viaje a un lugar donde los árboles hablaban y las flores bailaban.
Los amigos se sentaron a su alrededor y, con cada palabra que pronunciaba, Lucas sentía que ese fuego interior volvía a encenderse.
- ¡Eso suena increíble! - exclamó Ana. - ¿Y qué pasó con los árboles?
- ¡Eso sólo lo sabremos si seguimos escuchando! - respondió Lucas, lleno de confianza.
A medida que avanzaba en su cuento, sus amigos se unieron a él, creando un relato en conjunto. Desde ese día, Lucas nunca volvió a sentir que había perdido su capacidad de imaginar.
- Lucas, sos un gran narrador - le dijo Juan un día. - ¡Tu imaginación está volando más que nunca!
- Gracias, pero creo que es gracias a todos ustedes - respondió Lucas, sonriendo. - Aprendí que a veces necesitamos un poquito de ayuda para recordar lo que somos capaces de crear.
Desde entonces, Lucas y sus amigos se reunían para contar y crear historias juntos, y en ese acto de compartir, Lucas descubrió que la imaginación no es solo un don individual, sino algo que florece cuando se cultiva en compañía. La magia de crear juntos había devuelto no solo su propia imaginación, sino también un lazo aún más fuerte con sus amigos.
Así, en Verdesueño, las aventuras nunca se detuvieron y, por supuesto, siempre había un nuevo dragón o una nueva princesa listos para ser imaginados.
Y Lucas nunca olvidó lo más importante: la imaginación, cuando se comparte, se multiplica.
FIN.