El niño que soñaba volar



Había una vez un niño llamado Mateo, que vivía en un pequeño pueblo rodeado de montañas y ríos. Desde que tenía memoria, Mateo soñaba con volar. Cada noche, se recostaba en su cama, miraba por la ventana las estrellas y pensaba en cómo sería flotar por el cielo, tocando las nubes y corriendo junto a las aves.

Un día, mientras jugaba en el parque con sus amigos, Mateo les contó su sueño. Los chicos se rieron y uno de ellos, Lucas, le dijo:

"¡Mateo, no se puede volar! Eso es solo cosa de cuentos de hadas."

Mateo sintió que su corazón se desinflaba. Pero en lugar de rendirse, decidió que tenía que encontrar la manera de hacerlo posible, aunque sólo fuera en su imaginación.

Esa noche, vio una película sobre un inventor. El personaje principal creó un avión que voló por el cielo. Mateo tuvo una idea: "Si no puedo volar, ¡puedo construir algo que me lleve al cielo!"

A la mañana siguiente, comenzó a recolectar materiales. Reunió cajas, palos, telas y un montón de cuerditas. Mientras trabajaba, soñaba en voz alta:

"¡Haré una máquina voladora muy impresionante!"

Algunos niños del barrio se acercaron, intrigados por la actividad de Mateo. "¿Qué estás haciendo, Mateo?" preguntó Sofía, su mejor amiga.

"¡Voy a construir un avión!" exclamó él con entusiasmo.

Sofía sonrió y decidió ayudarlo. Juntos, pegaban, ataban y pensaban cómo mejorar su diseño. Con cada día que pasaba, el avión de Mateo fue tomando forma, aunque en realidad parecía más un gran pájaro de cartón que un avión.

Finalmente, el gran día llegó. Mateo estaba listo para su primer vuelo. Había llevado su máquina a la colina más alta del pueblo. Sus amigos, aunque escépticos, se reunieron para verlo. Mateo se subió a su creación con un casco de bicicleta, hizo un giro dramático y gritó:

"¡Aquí voy!"

Empezó a correr por la pendiente, el viento soplando en su cara. Pero, de repente, el avión se descontroló y…

"¡Ayuda!" gritó. El artefacto se rompió al chocar con el suelo, y todos los chicos corrieron hacia él, preocupados.

"¿Estás bien, Mateo?" preguntó Lucas.

Mateo, en vez de llorar, se levantó riendo y dijo:

"Sí, estoy bien. ¡Nunca había sentido tanto aire en la cara!"

A pesar de la caída, su pasión no se apagó. Desde ese día, Mateo entendió que fallar era parte del camino. Se convirtió en un inventor, creando más máquinas, mejorando cada diseño con la ayuda de sus amigos. Ellos lo alentaban:

"¡Mirá, Mateo, ahora tienes alas!"

"¡Sos un genio!"

Sin embargo, un día, llegó al pueblo un цирco. Un mago presentó un espectáculo de acrobacias. Mateo, hipnotizado, observó cómo los artistas volaban en el aire sin esfuerzo. Al final, corrió a hablar con ellos.

"¿Cómo hacen? Quiero aprender a volar de verdad."

Uno de los acróbatas sonrió y dijo:

"La clave está en la práctica y en nunca darte por vencido. También en aprender de otros. Ven, únete a nosotros por un tiempo."

Mateo, emocionado, aceptó. Comenzó a entrenar y a mejorar. Aprendió a saltar, a caerse y a levantarse. Cada día, sentía cómo su sueño de volar se volvía más cercano. Pero lo más sorprendente fue darse cuenta de que ya no solo quería volar por sí mismo; quería que otras personas también sintieran esa emoción.

Luego de varias semanas, decidió organizar un espectáculo para mostrar todo lo que había aprendido. Todos los chicos del pueblo fueron. Con un gran salto, voló por el aire, causando aplausos y risas del público.

"¡Mateo, sos un héroe!" gritó Sofía mientras todos aplaudían.

"Sí, pero lo más importante es que nunca dejé de soñar, y eso los invito a que cada uno de ustedes lo haga también."

Al finalizar el show, lejos de haber logrado volar solo, Mateo había inspirado a sus amigos a perseguir sus propios sueños, fueran grandes o pequeños.

"Porque en este mundo, todos podemos volar a nuestra manera, solo hay que intentarlo."

Desde ese día, en el pueblo no solo había un niño que soñaba con volar, sino un grupo de niños que soñaban juntos y se apoyaban el uno al otro, haciendo realidad sus propios sueños, sin importar cuán imposibles parecieran. Así, Mateo se convirtió no solo en un inventor, sino en un verdadero soñador y líder.

Y así, cada vez que alguien miraba al cielo, recordaban las valientes aventuras de Mateo y se animaban a soñar, porque sabía que los sueños, cuando se comparten y se persiguen, pueden volar más alto de lo que jamás se imaginaron.

FIN.

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