El niño tranquilo



Había una vez un niño llamado Martín, que tenía un problema muy grande. Cuando se enfadaba, no podía controlar su rabia y hacía daño a sus compañeros con sus palabras y actos.

Esto causaba mucha tristeza en el corazón de Martín, pero no sabía cómo cambiar. Un día, Martín llegó a la escuela y vio a todos sus amigos jugando en el patio. Se acercó corriendo y se sumó al juego.

Pero algo sucedió: uno de los niños le empujó sin querer mientras corrían y Martín cayó al suelo. Martín sintió una gran ira dentro de él.

Sin pensarlo dos veces, se levantó furioso y comenzó a gritarle al niño que lo había empujado: "¡Eres un torpe! ¡No te soporto!". El niño que había empujado a Martín se puso muy triste por las palabras hirientes que le dijo su amigo. Los demás niños también quedaron sorprendidos por la reacción tan violenta de Martín.

La maestra, que había estado observando todo desde lejos, decidió intervenir para ayudar a Martín a controlar su rabia.

Se acercó lentamente y le dijo con voz calmada: "Martín, entiendo que estés enfadado porque te has caído, pero eso no justifica herir a tus compañeros con tus palabras". Martín bajó la mirada avergonzado y respondió: "Lo sé maestra... pero es como si algo explotara dentro de mí cuando me enfado".

La maestra sonrió comprensiva y le dijo: "Querido Martín, todos nos enfadamos alguna vez, pero lo importante es cómo canalizamos esa rabia. ¿Sabes qué podemos hacer para ayudarte a controlar tu ira?". Martín se quedó pensativo por un momento y luego dijo: "No lo sé, maestra".

La maestra le sugirió: "Podríamos crear una señal secreta que te recuerde respirar y contar hasta diez antes de reaccionar en medio de la rabia. Así podrías pensar mejor antes de decir o hacer algo que puedas lamentar después".

Martín asintió emocionado con la idea y juntos crearon una señal: tocarse la nariz con el dedo índice cuando sintiera que su rabia estaba a punto de estallar. Los días pasaron y Martín practicaba su nueva estrategia.

Cada vez que se enfadaba, se acordaba de tocar su nariz y respirar profundamente antes de responder. Poco a poco, fue aprendiendo a controlarse y sus palabras hirientes fueron desapareciendo.

Un día, mientras jugaban en el patio, un niño sin querer le pisó los pies a Martín. En ese instante, Martín sintió cómo la rabia empezaba a subir dentro de él nuevamente. Pero esta vez recordó su señal secreta y se detuvo un momento para respirar profundamente.

Cuando volvió a hablar, en lugar de gritarle al niño como solía hacerlo, le dijo amablemente: "¡Oye amigo! Ten cuidado por favor... me has pisado los pies".

El niño miró sorprendido a Martín y le respondió disculpándose sinceramente: "Lo siento mucho, no fue mi intención". Desde ese día, Martín siguió utilizando su señal secreta y aprendió a controlar su rabia. Sus compañeros notaron el cambio en él y poco a poco volvieron a confiar en Martín.

Martín se dio cuenta de que podía ser feliz sin herir a los demás con sus palabras y actos. Aprendió que todos tenemos derecho a enfadarnos, pero también la responsabilidad de no dañar a los demás cuando lo hacemos.

Y así, Martín se convirtió en un niño amable y respetuoso, capaz de enfrentar cualquier situación sin dejar que la rabia controle sus acciones. Y vivieron felices para siempre.

FIN.

Dirección del Cuentito copiada!