El Niño y el Científico Viajeros del Tiempo
En una pequeña ciudad, vivía un niño curioso llamado Lucas. Tenía diez años y una fascinación por las estrellas, los dinosaurios y todo lo que tuviera que ver con el misterio del universo. Cada tarde, después de la escuela, Lucas se encontraba en su jardín observando el cielo, tratando de descifrar los secretos de las constelaciones.
Un día, mientras jugaba con su telescopio, Lucas notó algo extraño en el cielo. Era una brillante luz plateada que se movía en zig-zag. Su curiosidad lo llevó a seguir esa luz. Sin pensarlo dos veces, corrió hacia el parque del barrio, donde finalmente la luz se detuvo.
—¿Quién sos? —preguntó Lucas, mirando a un hombre extraño que parecía haber salido de un cuento de ciencia ficción. Tenía un sombrero de ala ancha y una bata de laboratorio.
—Soy el Dr. Tiempos, un científico viajero del tiempo —respondió el hombre con una sonrisa.— He venido de un futuro lejano.
Lucas no podía creer lo que oía.
—¿Viajar en el tiempo? ¡Eso suena increíble! —exclamó entusiasmado.
—Y lo es. Pero necesito tu ayuda. —El Dr. Tiempos se agachó para mirar a Lucas a los ojos—. Me he perdido en un momento equivocado y debo encontrar un artefacto del pasado para regresar.
—¿Qué tipo de artefacto? —preguntó Lucas, sintiendo que esa era la aventura de su vida.
—Un fósil de dinosaurio que se encuentra en este mismo parque, pero hace millones de años.
Lucas sintió que su corazón latía fuerte. ¿Iban a viajar al tiempo de los dinosaurios?
—Tengo una idea —dijo Lucas—. Usá esa consola que tenés, y podemos ir juntos.
—¡Genial! —exclamó el Dr. Tiempos—. Pero necesitaremos un poco de ayuda especial.
El Dr. Tiempos sacó de su bolsillo un pequeño dispositivo. Presionó un botón y, en un instante, ambos desaparecieron del parque.
Aparecieron en un frondoso bosque lleno de árboles gigantes y un cielo azul vibrante. Y ahí, en medio de todo, se escuchó un rugido. Un dinosaurio había aparecido ante ellos. Era un enorme Tyrannosaurus rex.
—¡Rápido, Lucas! —gritó el Dr. Tiempos—. Necesitamos encontrar el fósil antes de que el T. rex note nuestra presencia.
Lucas y el Dr. Tiempos corrieron entre los árboles, buscando cualquier señal que los acercara al fósil. Finalmente, encontraron una pequeña excavación donde el fósil brillaba bajo el sol.
—¡Lo tenemos! —gritó Lucas emocionado.
Pero justo en ese momento, el T. rex los vio y comenzó a acercarse.
—¡Debemos traerlo a la máquina del tiempo rápido! —gritó el Dr. Tiempos mientras comenzaban a correr.
—¡Es muy grande! No llegaremos —dijo Lucas, con un toque de desesperación en su voz.
—Confía en mí. Si usamos la técnica de distracción —respondió el Dr. Tiempos, que apuntó a un arbusto cercano. Entonces sacó un pequeño dispositivo que emitía un ruido parecido al de un dinosaurio joven.
—¡Mirá! —dijo mientras lanzaba el dispositivo lejos de ellos.
El T. rex, intrigado por el sonido, se distrajo y comenzó a acercarse al ruido, dándoles el tiempo que necesitaban.
—Ahora, ¡rápido! —dijo el Dr. Tiempos, mientras Lucas recogía el fósil y corrían hacia la máquina del tiempo.
Saltaron dentro justo a tiempo mientras el dinosaurio rugía frustrado a lo lejos.
—¡Lo logramos! —dijo Lucas mientras el Dr. Tiempos activaba la máquina.
Un segundo después, aparecieron de nuevo en el parque, justo donde habían comenzado.
—¡Increíble! —exclamó Lucas aún tratando de asimilar lo que acababa de pasar.
—Gracias por tu ayuda, Lucas. Sin vos no lo hubiera logrado. —dijo el Dr. Tiempos mientras sostenía el fósil.
—¿Y ahora qué vas a hacer con él? —preguntó Lucas curioso.
—Lo devolveré a su lugar en el tiempo para asegurarnos de que la historia siga, pero siempre recordaré nuestra aventura —respondió el Dr. Tiempos—. Nunca dejes de explorar el mundo, Lucas. La curiosidad es lo que mueve el tiempo y el espacio.
Y con eso, el Dr. Tiempos activó su máquina una vez más y desapareció en un destello de luz.
Lucas miró hacia el cielo, sintiéndose más inspirado que nunca. Sabía que, aunque era solo un niño, había vivido una aventura extraordinaria. Y en su corazón guardó el secreto de que cada estrella en el cielo podía ser una puerta a una nueva aventura.
Desde ese día, Lucas continuó observando las estrellas, pero ahora también sabía que podía tener amigos inesperados, incluso de otros tiempos y lugares. Y así, su imaginación nunca dejó de volar.
FIN.