El niño y el león perdidos en la selva
Érase una vez un niño llamado Tomás que vivía en un pequeño pueblo al borde de una densa selva. Una mañana decidió aventurarse más allá de lo acostumbrado, emocionado por la idea de explorar. Con una mochila llena de provisiones y un mapa en su bolsillo, se adentró en la inmensidad verde y vibrante.
Mientras caminaba, notó que todo era nuevo y fascinante. Las hojas brillaban con el rocío de la mañana y los sonidos de los animales llenaban el aire.
De repente, un rugido resonó en la selva. Tomás se detuvo, asustado, pero su curiosidad pudo más y decidió seguir el sonido. Después de un rato, llegó a un claro y encontró a un león atrapado entre unas ramas.
- ¡Ayuda! - gritó el león, mostrando su magnífica melena dorada, pero con cara de angustia. - Estoy atrapado y no puedo salir.
Tomás, hesitante al principio, se acercó lentamente.
- ¿Por qué deberíamos ayudarte? - preguntó Tomás con una mezcla de temor y compasión.
- Te prometo que no te haré daño, pequeño. Yo solo quiero volver a mi hogar - respondió el león, mientras sus ojos expresaban dolor.
Tomás recordó las historias que su abuelo le contaba, sobre la valía de ayudar a otros, incluso si eran distintos. Tomando una respiración profunda, decidió ayudar al león.
- Está bien, te ayudaré - dijo Tomás, arrodillándose para liberar las ramas que atrapaban al león. - Pero, ¿me prometes que me dejarás ir cuando estés libre?
- Por supuesto, lo prometo - contestó el león con sinceridad en su voz.
Después de un arduo esfuerzo, Tomás logró liberar al león. Este, agradecido, se sacudió y se puso de pie, majestuosamente.
- Gracias, pequeño amigo. Me has salvado. - dijo el león, mostrando su respeto. - Ahora, como promesa, te llevaré de vuelta a casa.
Tomás estaba sorprendido, pero también emocionado. El león lo llevó entre su lomo, mientras recorrían la selva. Sin embargo, en un momento de la travesía, se percataron de que un grupo de cazadores estaba al acecho.
- Debemos escondernos. ¡Rápido! - dijo el león.
- ¡Pero yo no sé dónde! - respondió Tomás, asustado.
El león, entonces, recordó un pequeño escondite en unas rocas cercanas.
- Ven, sígueme. - Y sin perder tiempo, ambos corrieron hacia las rocas, donde se ocultaron hasta que los cazadores se alejaron.
- ¡Esto fue muy cerca! - exclamó Tomás viendo de lejos cómo los cazadores se marchaban.
- Sí, pero gracias a tu valentía, estamos a salvo - dijo el león, admirando el coraje del niño. - Siempre es importante ayudar a los demás y, aunque se sientan amenazados, siempre podremos encontrar refugio si trabajamos juntos.
Tomás sonrió, sintiendo que había hecho una verdadera amistad con el león. Cuando finalmente llegaron a la orilla de la selva, Tomás le dio un abrazo al león.
- Nunca olvidaré esta aventura. Gracias por ayudarme a aprender lo importante que es el valor de ayudar a otros. - dijo Tomás mientras el sol comenzaba a ponerse.
El león sonrió y dijo:
- Y nunca olvidaré tu bondad, pequeño amigo. Somos más fuertes cuando ayudamos a los demás. Hasta pronto.
Y así, Tomás regresó a su hogar, llevando consigo no solo la experiencia de un día inolvidable, sino también una gran lección sobre la empatía y el valor de la amistad. A partir de entonces, siempre estaba listo para ayudar a quien lo necesitara, recordando al león que lo enseñó a ser valiente y a nunca dudar en ofrecer su mano amiga.
FIN.