El niño y el limón en el día de los difuntos



Había una vez un niño llamado Tomás, quien vivía en un pueblo pequeño en Argentina. Todos los años, en el día de los difuntos, Tomás y su abuelita iban al cementerio a visitar la tumba de su abuelo.

Antes de salir, su abuelita siempre le pedía a Tomás que recogiera limones maduros del árbol en el jardín. - Abuelita, ¿por qué siempre recogemos limones en el día de los difuntos? - preguntó Tomás.

- Porque los limones representan la frescura y la vida, y queremos llevar algo vivo y hermoso al cementerio para recordar a nuestros seres queridos - respondió la abuelita. Un día, mientras Tomás recogía limones, vio a un señor mayor sentado en un banco del parque.

El hombre parecía triste, así que Tomás decidió acercarse. - Buenos días, señor. ¿Está bien? - preguntó Tomás. El hombre suspiró y le contó que ese día visitaría la tumba de su esposa en el cementerio.

Tomás, recordando las palabras de su abuelita, decidió regalarle un limón al hombre. El hombre sonrió y agradeció el gesto. Al llegar al cementerio, Tomás y su abuelita adornaron la tumba de su abuelo con los limones recogidos.

De repente, el hombre que Tomás había encontrado en el parque se acercó y colocó el limón que el niño le había regalado en la tumba de su esposa. Todos juntos compartieron historias, risas y lágrimas, encontrando consuelo y compañía en ese día tan especial.

A partir de ese día, la tradición de recoger limones en el día de los difuntos tomó un nuevo significado para Tomás y su abuelita.

Aprendieron que los limones no solo representaban la frescura y la vida, sino también la bondad, la compasión y la importancia de estar juntos para recordar y honrar a quienes ya no estaban. Y así, cada año, Tomás y su abuelita compartían limones con aquellos que visitaban el cementerio, llevando consuelo y calidez a los corazones tristes.

FIN.

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