El niño y la gansa dorada que pone huevos de oro



En un pequeño pueblo entre montañas y ríos, vivía un niño llamado Mateo. Era un chico curioso, siempre explorando los rincones de la naturaleza y haciendo amigos con los animales. Un día, mientras paseaba cerca de un lago, se encontró con una gansa de plumaje dorado.

- ¡Hola, gansa! -dijo Mateo emocionado-. ¿Por qué brillas tanto?

La gansa lo miró y, con una voz suave y melodiosa, le respondió:

- Hola, pequeño. Soy una gansa mágica y puedo poner huevos de oro.

Mateo estaba boquiabierto.

- ¡Eso es increíble! -exclamó-. ¿Puedo quedarme contigo?

- Claro que sí -dijo la gansa-. Pero recuerda, hay que ser responsables con lo que tenemos y no codiciar.

Mateo prometió que lo haría. Así que, cada mañana, la gansa ponía un huevo de oro para él. Cada huevo brillaba con el sol, y Mateo, emocionado, los guardaba en una pequeña bolsa. Con el tiempo, se dio cuenta de que podía usar esos huevos para ayudar a los demás en el pueblo.

- Necesitamos una nueva escuela -dijo Mateo a la gansa, mientras caminaban por las calles del pueblo-.

- Entonces, hagamos algo al respecto -respondió la gansa.

Mateo decidió vender un huevo de oro. Con el dinero, contribuyó para construir una escuela donde todos los niños pudieran aprender.

Los días pasaron, y la noticia del niño y su gansa dorada se extendió por todo el pueblo. Todos lo admiraban, pero a medida que pasaba el tiempo, Mateo comenzó a ansiar más huevos de oro.

- ¡Si tengo más huevos, podré hacer aún más cosas! -pensaba.

Así que un día, recibió una idea errónea.

- Oye, gansa -dijo Mateo un tanto ansioso-, ¿por qué no me das todos los huevos de oro de una vez? Así podré ser rico inmediatamente.

La gansa lo miró con seriedad.

- Mateo, eso no es lo que te enseñé. Si tomas todos los huevos de golpe, perderás la magia. 📉

Matías, desobedeciendo su advertencia, decidió probar suerte. En lugar de esperar que la gansa pusiera un huevo nuevo, le pidió que le diera todos de una vez.

Al hacerlo, algo sorprendente ocurrió: la gansa dejó de poner huevos.

- ¿Qué has hecho? -preguntó Mateo, preocupado.

La gansa, triste, respondió:

- Has sido codicioso, Mateo. La magia desaparece cuando no apreciamos lo que tenemos.

Mateo se sintió devastado. Se dio cuenta de que había sido egoísta y que había perdido algo valioso.

- Lo siento, gansa. -dijo con lágrimas en los ojos-. No entendí la importancia de la paciencia y la gratitud.

La gansa lo miró con compasión.

- A veces hay que aprender de manera difícil -dijo-. Si realmente deseas recuperar la magia, tendrás que aprender a ser agradecido y a compartir.

Mateo se comprometió a cambiar. Y así, comenzó a ayudar a sus vecinos, a compartir lo poco que le quedaba. Pronto, la gente de su pueblo lo reconoció por su bondad y espíritu generoso.

Una mañana, al despertar, se encontró con la gansa de nuevo en la puerta de su casa.

- Estoy orgullosa de ti, Mateo. Has aprendido la lección. -dijo la gansa.-

Y así, la gansa volvió a poner huevos de oro, pero esta vez, Mateo los utilizaba para ayudar a otros, dejando de lado su egoísmo.

Con el tiempo, se construyeron más escuelas, se ayudó a familias necesitadas y Mateo se volvió un gran líder en la comunidad, recordando siempre la importancia de ser agradecido y generoso.

Y así, la historia de Mateo y la gansa dorada se convirtió en una historia conocida en el pueblo, recordando siempre a los niños que la verdadera riqueza no está en tener mucho, sino en compartir y ayudar a los demás.

Y colorín colorado, ¡este cuento se ha acabado!

FIN.

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