El niño y la jungla mágica
Érase una vez un niño llamado Mateo, que soñaba con aventuras en lugares lejanos. Un día, mientras exploraba el jardín de su casa, encontró un pequeño portal brillante. Sin pensarlo dos veces, Mateo saltó a través del portal y se encontró en medio de una jungla mágica.
Los árboles eran tan altos como rascacielos y las flores, de todos los colores del arcoíris, llenaban el aire con un dulce aroma. Desde el instante en que llegó, se dio cuenta de que había entrado en un lugar lleno de vida.
"¡Mirá todas estas plantas!" -exclamó emocionado Mateo mientras corría por la jungla.
En su recorrido, se encontró con un loro llamado Luli.
"¿Qué haces aquí, niño?" -preguntó Luli, mientras revoloteaba cerca de él.
"Vine a explorar y a vivir una aventura. ¡Todo es hermoso!" -respondió Mateo, con los ojos brillantes.
Luli, que era un loro muy curioso, decidió acompañarlo. Juntos, comenzaron a descubrir secretos ocultos en la jungla. Pero pronto, algo llamó su atención: un pequeño puente de madera que crujía.
"¿Damos una vuelta?" -sugirió Luli.
"Sí, pero tengamos cuidado. Nunca se sabe lo que hay al otro lado." -dijo Mateo.
Al cruzar el puente, escucharon un grito.
"¡Ayuda!" -se oía desde el otro lado.
Mateo y Luli se miraron preocupados y corrieron hacia el sonido. Al llegar, encontraron a un pequeño monito atrapado entre unas ramas.
"¡No te preocupes, vamos a ayudarte!" -dijo Mateo, decidido.
Juntos, con sus manos y un poco de ingenio, lograron liberar al monito.
"¡Gracias, gracias!" -gritó el monito, saltando de alegría.
"Yo soy Milo, el saltarín." -se presentó.
Mateo sonrió y preguntó:
"¿Por qué te quedaste atrapado?"
"Estaba jugando y no me di cuenta de que me adentraba en un lugar peligroso." -respondió Milo.
"Siempre hay que tener cuidado en la jungla," -dijo Luli. "Aunque sea un lugar mágico, también puede ser peligroso si no se tiene precaución."
Más adelante, los tres amigos se encontraron con una cueva brillante.
"¿Entramos?" -preguntó Mateo, intrigado.
"¡Sí! Puede que haya tesoros en su interior." -dijo Milo emocionado.
Con un poco de temor pero mucha emoción, entraron a la cueva. Era cálida y reflejaba luces de colores por todas partes. En el fondo, encontraron una estatua de un jaguar dorado.
"Esto debe ser un tesoro valioso," -dijo Luli.
"Pero más que un tesoro, este lugar nos enseña algo importante: la jungla es un hogar para muchos seres y debemos cuidarlo." -reflexionó Mateo.
De pronto, sintieron un temblor. La cueva comenzó a cerrarse y las luces parpadearon.
"¡Rápido, salgamos!" -gritó Milo.
Juntos, corrieron hacia la salida, asegurándose de no dejar a nadie atrás. Salieron justo a tiempo, y la entrada se selló. Una vez afuera, se dieron cuenta de que estaban más unidos que nunca.
"Hicimos un gran equipo," -dijo Mateo sonriendo.
"Sí, y aprendimos que siempre debemos cuidar de nuestra jungla y de nuestros amigos," -agregó Luli.
"¡Y que las aventuras son más divertidas cuando las compartimos!" -dijo Milo contento.
Mateo miró a su alrededor y sintió una fuerte conexión con la jungla.
"Voy a recordar este lugar siempre, y las lecciones que aprendí aquí."
Al instante, el portal volvió a aparecer.
"Es hora de regresar a casa," -dijo Luli.
Mateo se despidió de sus amigos, prometiendo que volvería a visitarlos.
"No olvides cuidarnos y cuidar la jungla, amigo. Una jungla sana es una jungla feliz." -dijo Milo.
Mateo asintió, sintiendo que había aprendido algo valioso. Al regresar a su jardín, llevaría consigo el espíritu de la jungle y la promesa de cuidar el mundo natural.
Y así, el niño que encontró una jungla mágica, no solo volvió a su hogar, sino que también se convirtió en un defensor de la naturaleza.
FIN.