El Niño y la Pelota Perdida
Había una vez en un pequeño barrio de Buenos Aires, un niño llamado Tomás. Tomás era un niño alegre al que le encantaba jugar al fútbol con sus amigos. Tenía una pelota de fútbol muy especial, que había recibido de su abuelo. Cada vez que tocaba la pelota, sentía que su abuelo estaba con él.
Un día, mientras jugaban en el parque, la pelota se fue volando tras un grupo de árboles.
"¡Esperen!" - gritó Tomás, corriendo tras la pelota.
Cuando llegó detrás de los árboles, se dio cuenta de que la pelota no estaba sola. Un grupo de patos estaba jugando con ella en un charquito. Tomás se quedó mirando sorprendido.
"¿Puedo tener mi pelota de vuelta, por favor?" - preguntó Tomás, un poco nervioso.
Los patos, al escuchar la voz de Tomás, dejaron de jugar y se miraron entre ellos.
"No queremos tu pelota, ¡nos gusta mucho jugar con ella!" - dijo el pato más grande.
Tomás pensó un momento y luego dijo:
"¿Y si jugamos todos juntos?" - sugirió, ya que a él también le encantaba jugar con amigos.
Los patos se miraron, confundidos, pero al final decidieron aceptar la idea de Tomás. Así, comenzaron a patear la pelota de un lado a otro. El pato más grande se la pasaba a los otros, mientras que Tomás corría para interceptar sus jugadas.
"¡Esto es divertido!" - exclamó uno de los patitos.
Al cabo de un rato, Tomás, viendo que los patos disfrutaban tanto, tuvo otra idea.
"¿Quieren jugar un partido de fútbol contra mis amigos?" - preguntó emocionado.
Los patos se miraban entre sí, dudando si aceptar. Finalmente, el pato más pequeño dijo:
"¡Sí, queremos jugar!"
Tomás se fue corriendo a buscar a sus amigos.
"¡Chicos! ¡Vengan, hay un grupo de patos que quiere jugar un partido de fútbol!" - anunció, mientras sus amigos miraban extrañados.
Cuando llegaron al lugar, vieron a los patos y comenzaron a reírse.
"¿Nos vamos a enfrentar a patos?" - preguntó uno de ellos, divertido.
"¿Por qué no?" - dijo Tomás, decidido a demostrar que todos pueden jugar juntos.
Así fue como empezó el partido. Los chicos se rieron y dieron patadas a la pelota, mientras los patos aleteaban y corrían por el suelo. Aunque al principio era un poco caótico, todos se divirtieron mucho.
De repente, el pato más pequeño, que parecía ser el más entusiasta, se lanzó a patear la pelota y, ¡gol! Logró hacer un tanto.
"¡Yo hice un gol, yo hice un gol!" - gritó felizmente.
Todos aplaudieron, incluidos los amigos de Tomás, que se empezaron a dar cuenta de que estaban viviendo una experiencia única.
El partido continuó, y al final, el equipo de los chicos ganó por poco, pero todos quedaron contentos. Al final del juego, Tomás decidió que era hora de marcharse.
"Gracias, amigos patos, me divertí mucho. Y perdón por haberte perturbado al principio, te agradezco por jugar con nosotros" - le dijo al pato grande.
"Nosotros también nos divertimos, gracias a vos por la idea de jugar juntos" - respondió el pato.
Tomás regresó a casa, pensando en su día especial. Había aprendido que hasta los que parecen diferentes pueden ser grandes amigos y que compartir un momento divertido es lo más importante. Y desde ese día, cada vez que veía una pelota, recordaba su maravillosa aventura con los patos del parque y sonríe parentemente.
Y así, Tomás comprendió que hay belleza en lo inesperado y que siempre hay oportunidades para hacer amigos, sin importar cuán distintos sean.
FIN.