El Nuevo Amigo Silencioso



Era un día soleado en la Escuela Primaria San Martín. Los niños estaban emocionados porque iba a haber un nuevo compañero en su clase. Todos rumiaban sobre cómo sería y cómo se llamaría.

Cuando el timbre sonó, el maestro, el señor Pérez, entró al aula con una sonrisa y dijo: "Buenos días, chicos. Hoy quiero que conozcan a un nuevo amigo. Su nombre es Lucas."

Lucas, un niño de cabello rizado y ojos brillantes, entró en la clase. Llevaba una sonrisa, pero los niños no podían evitar notar que no oía como ellos. El maestro les presentó a Lucas y les explicó que era sordo. Los compañeros miraron a Lucas con curiosidad.

"Hola, Lucas!" dijo Valentina, una de las chicas más amables del aula. Pero Lucas solo sonrió, sin poder responder en el mismo tono.

Los chicos parpadearon. ¿Cómo podrían jugar y comunicarse con él? Lucas se sentó en la mesa del fondo y sacó su cuaderno de dibujos. Mientras los demás hablaban y reían, él solo observaba.

Después de un rato, Martín, el más aventurero del grupo, tuvo una idea. "¿Y si hacemos señales con las manos?" propuso. "Como en una película de acción, ¡podemos inventar nuestro propio lenguaje!"

Los niños se entusiasmaron con la idea. Juntaron algunas palabras en simple gesticulación: levantar una mano significaba ‘hola’, cerrar los puños era ‘bueno’, y así sucesivamente. Se levantaron entusiasmados y se acercaron a Lucas.

"¡Hola, Lucas!" dijeron todos al mismo tiempo, levantando las manos. Él los miró sorprendido y sonrió, entendiendo el esfuerzo.

Poco a poco, los días pasaban y la clase comenzó a adaptarse a la llegada de Lucas. En el recreo, Valentina le mostró cómo dibujar en su cuaderno. "Mira, Lucas, yo dibujo un sol, ¿quieres uno también?" Lucas tomó su lápiz y dibujó un hermoso sol. Todos admiraron su talento.

Una tarde, la profesora Ana decidió organizar un evento especial: una actividad para conocer más a Lucas. Ella invitó a todos los niños a traer algo que les gustara. "Podemos compartir nuestras cosas y Lucas podrá descubrir lo que les gusta a todos."

Los niños se pusieron a pensar qué llevar. Valentina decidió llevar su álbum de fotos. Martín se llevó su colección de piedras. Mientras tanto, Lucas observaba, intentando entender qué sucedía.

El día de la presentación, cada niño mostró lo que había llevado. Cuando fue el turno de Lucas, levantó la mano y mostró su cuaderno. Dibujo a dibujo, mostró su mundo: una casa, un perro, sus amigos. Todos estaban fascinados.

Esa tarde, Valentina tuvo otra idea. "¡Hagamos una gran pancarta y leamos lo que más nos gusta de Lucas!" A todos les encantó la idea y comenzaron a escribir y a dibujar. Empezaron a trabajar juntos y se sintieron más unidos que nunca.

Con cada dibujo y cada palabra, los chicos aprendieron cómo era la vida de su compañero. "¡Lucas es genial!" gritó Martín después de ver un dibujo que representaba a todos en el parque.

Sin embargo, hubieron obstáculos. Un día, Lucas se sintió excluido durante una actividad de grupo. Vio cómo todos intercambiaban ideas en susurros y sintió que, a pesar de sus esfuerzos, había algo que no podía alcanzar. Se sentó en una esquina, desanimado.

Valentina notó que algo no andaba bien. Se acercó y le preguntó a través de gestos amistosos: "¿Qué te pasa, Lucas?" Lucas miró hacia sus dibujos y sintió que su corazón se encogía.

Fue entonces cuando Valentina tuvo una nueva revelación. Llamó a sus amigos y juntos se acercaron a Lucas. "¡No te sientas solo! Todos podemos aprender a comunicarnos juntos. A partir de ahora, haremos un esfuerzo extra."

Con el apoyo de sus amigos, Lucas sonrió nuevamente. Decidieron ir con el maestro y pedirle que les enseñara un poco de lenguaje de señas. La maestra se emocionó al ver su entusiasmo. "Claro, puedo ayudar. Así podrás comunicarte mejor con Lucas."

Las semanas siguientes fueron mágicas. El aula se transformó en un lugar donde el lenguaje de señas se habló con alegría. Los chicos comenzaron a aprender palabras nuevas y disfrutaron de cada paso que daban juntos. Lucas se convertía más en parte del grupo. "¡Gracias, amigos!" les señalaba contento, levantando los pulgares.

Finalmente llegó el día del evento de la escuela. Todos los alumnos debían presentar una obra. Decidieron que ellos harían un pequeño espectáculo de títeres donde Lucas sería el protagonista. Juntos, crearon personajes que se movían y hablaban en señas. El trabajo en equipo fue increíble.

El día de la presentación, los padres y docentes quedaron enamorados. Lucas subió al escenario junto a sus amigos. Mientras los títeres contaban la historia, todos en la sala entendían lo que decían gracias a la labor de los chicos. Lucas brilló con luz propia. Al finalizar la obra, la sala estalló en aplausos y gritos de entusiasmo.

"¿Vieron? ¡Podemos comunicarnos sin límites!" dijo Valentina mientras sonreía, mirando a Lucas con orgullo.

Desde ese día, Lucas no solo era parte del aula, sino que se convirtió en un gran amigo para todos. El lenguaje no era un obstáculo, sino un puente que lo unía más con sus compañeros. Aprendieron que con esfuerzo y amor, nunca hay barreras que no se puedan superar. Aunque sus caminos eran diferentes, juntos, lograron hacer de su aula un lugar especial.

Y así, Lucas y sus amigos continuaron creando recuerdos inolvidables, demostrando que la amistad no tiene límites ni lenguajes. Y cada vez que se miraban, sabían que siempre estaban conectados de una manera única.

FIN.

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