El Nuevo en el Aula



Eran un lunes soleado, el primer día de clases en el colegio San Martín. Julián, un niño de diez años, entró a la escuela sintiéndose muy nervioso. Con su mochila al hombro y un gran deseo de ser aceptado, miraba a su alrededor, observando a los otros niños jugar en el recreo.

"Espero que nadie se ría de mí", pensó Julián mientras se dirigía a su nuevo salón. Había cambiado de escuela porque su familia se había mudado, y en su antigua escuela siempre había logrado encajar. Pero aquí, se sentía diferente.

Cuando llegó al aula, lo recibió su docente, la señorita Ana. "Hola, chicos. Hoy tenemos un nuevo compañero. ¡Démosle la bienvenida a Julián!". Todos lo miraron curiosos, pero algunos con cierto desinterés.

"Hola" , saludó Julián tímidamente.

Sin embargo, no tardó en darse cuenta de que todos estaban ocupados conversando entre ellos. Se sentó en un rincón, deseando pasar desapercibido. Aquí nadie lo conocía y él no sabía cómo empezar a hacer amigos.

Durante la primera clase de matemáticas, Julián se concentró en entender el contenido mientras las risas de sus compañeros resonaban. Faltaba poco para el recreo, y empezó a pensar que quizás los chicos más grandes lo dejarían fuera de los juegos.

En el recreo, mientras los niños jugaban a la pelota, Julián accedió a la sombra de un árbol. Miró cómo los demás corrían y saltaban. De pronto, un niño con una silla de ruedas se acercó. Era Mateo, un chico de su misma edad.

"¿Por qué no jugás?" le preguntó Mateo amablemente.

"No sé si me invitan", respondió Julián, con un suspiro. "Además, no sé jugar al fútbol muy bien".

Mateo sonrió. "Está bien, mirá, yo no juego al fútbol, pero tengo amigos que lo hacen. Vengo de un club de deportes adaptados. ¿Querés que te presente?". Julián asintió esperanzado.

Mateo llevó a Julián a un grupo donde se encontraban otros compañeros, cada uno con una particularidad que los hacía únicos. Primero conoció a Sofía, una niña que usaba audífonos y siempre estaba lista para contar chistes.

"¿Querés escuchar uno?" dijo Sofía con una sonrisa.

"Sí, por favor!" contestó Julián, comenzando a sentirse más a gusto.

Sofía les contó un chiste que hizo reír a todos. Así fue como Julián se fue sintiendo más animado y curioso por conocer a su nueva comunidad.

Después, presentaron a Tomás, que tenía una discapacidad visual. Aunque no podía ver, tenía un talento especial para cantar.

"¿Te gusta la música?" le preguntó Tomás.

"Sí, me encanta. Pero nunca he cantado frente a nadie", admitió Julián.

"¡Deberías intentarlo! Te aseguro que aquí siempre te van a apoyar", alentó Tomás.

Finalmente, conoció a Valeria, que tenía una dificultad de movimiento. Era una genia dibujando.

"Vos seguro tenés un talento especial también, Julián. Todos tenemos algo que nos hace únicos", le dijo Valeria.

Julián se sintió cada vez más incluido en el grupo. Entre chistes, canciones y dibujos, se olvidó de sus miedos. Empezó a contar su propia historia de cómo había llegado a la escuela.

"Soy nuevo y a veces me siento diferente, pero me gusta conocer a otros chicos como ustedes", dijo Julián.

"No hay problema en sentirse diferente, lo que importa es ser uno mismo y compartir lo que somos", dijo Mateo, aplaudiendo.

Fue así como Julián se dio cuenta que todos podían ser amigos, sin importar sus condiciones. Al final del recreo, decidió unirse al juego de la pelota, sólo que esta vez como espectador, aprendiendo de los demás y divirtiéndose en el proceso.

El día terminó con una lección importante; la verdadera amistad no se basa en las diferencias, sino en el apoyo y el respeto que ofrecemos a los demás. En su camino, Julián aprendió que ser diferente no era un obstáculo, sino una oportunidad para hacer amigos reales.

Cuando llegó la hora de irse a casa, Julián ya se sentía parte de aquel nuevo lugar.

"¡Hasta mañana, chicos!" gritó Julián con entusiasmo.

"¡Hasta mañana, Julián! ¡Te esperamos!" respondieron todos, dejando claro que las diferencias no separan, sino que unen.

FIN.

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