El nuevo miembro de la familia



Había una vez, en un pequeño barrio de Buenos Aires, una pareja llamada Lucas y Sofía. Ellos tenían una perrita llamada Luna, que era muy juguetona y siempre estaba llena de energía. Luna amaba correr por el parque, jugar con sus pelotas y hacer nuevos amigos.

Un día, mientras jugaban en el parque, Sofía sonrió y dijo:

- ¡Lucas! Tengo una sorpresa para vos.

- ¿Qué es? - preguntó Lucas, curioso.

- ¡Estoy embarazada! Vamos a tener un bebé. - exclamó Sofía, emocionada.

Luna, que estaba muy atenta, movió su cola y empezó a dar vueltas, como si también lo entendiera.

Durante los siguientes meses, Sofía empezó a preparar la habitación del bebé, llenándola de juguetes, colores y dulces decoraciones. Luna, por su parte, notaba que todo estaba cambiando. A veces se sentía un poco celosa, porque Sofía pasaba horas organizando la habitación del bebé.

Una tarde, mientras todos estaban en el jardín, Luna decidió que tenía que hacer algo para que la prestaran más atención. Se acercó a Sofía y la miró con sus grandes ojos.

- ¡Mirá cómo salto! - dijo Luna, dando un salto espectacular. Pero, al hacerlo, se tropezó con una maceta y cayó de lado.

- ¡Luna! - dijo Lucas, riendo. - No te hagas daño. ¡Eres una perrita muy juguetona!

Luna se quedó un poco desorientada, pero en el fondo estaba feliz de que todos se rieran. En ese momento, se dio cuenta de que iba a tener que compartir un poco de la atención que tenía con sus dueños, pero no quería dejar de ser la protagonista.

Los días pasaron y llegó la fecha del nacimiento del bebé. Sofía y Lucas estaban nerviosos y emocionados al mismo tiempo. Luna, aunque no entendía del todo qué estaba pasando, sentía que algo grande iba a suceder.

Una noche, mientras Sofía y Lucas se preparaban para ir al hospital, Lucas miró a Luna y dijo:

- No te preocupes, Luna. Mañana vas a conocer a alguien muy especial.

Finalmente, al día siguiente, Sofía trajo a casa a un hermoso bebé que llamaron Mateo. Al entrar, Sofía le presentó al pequeño Mateo a Luna.

- Mirá, Luna. Este es Mateo, nuestro bebé. - dijo Sofía, acunando al pequeño.

Luna, muy curiosa, se acercó y le dio un suave lamido en la mano al bebé.

- ¡Mirá cómo le gusta! - dijo Lucas. - Creo que ya son amigos.

A medida que pasaban los días, Luna comenzó a aprender a ser una buena hermana mayor. Sofía y Lucas le enseñaban varias cosas:

- Luna, debes ser muy cuidadosa con Mateo. - le explicaba Sofía mientras le mostraba cómo acercarse con suavidad.

- Cuando Mateo llora, puedes acercarte y asegurarte de que todo esté bien. - añadió Lucas.

Luna se esmeró y siempre estaba atenta a lo que hacía el bebé. Se sentaba al lado de la cuna y lo miraba mientras dormía. Con el tiempo, se convirtió en la mejor amiga y compañera de juegos de Mateo. Juntos, hacían travesuras y descubrían el mundo, mientras Luna siempre se aseguraba de proteger a su pequeño hermano.

Y así, los años pasaron. Mientras Mateo crecía, también lo hacía la amistad entre él y Luna. Ambos eran inseparables y juntos disfrutaban de cada aventura que la vida les ofrecía.

Un día, mientras jugaban en el parque, un niño se acercó a Lucas y le preguntó:

- ¿Por qué su perra es tan buena con el bebé?

Lucas sonrió y le respondió:

- Porque Luna sabe que Mateo es parte de nuestra familia. Ella es su hermana mayor, ¡y eso significa que siempre debe cuidarlo y protegerlo!

El niño asintió y dijo:

- ¡Eso es genial! Cuidar a nuestra familia es lo más importante.

Y desde ese día, niños y mascotas aprendieron que la vida en familia significaba amor, cuidado y, sobre todo, compartir cada momento juntos, sin importar cuán nuevos o pequeños fueran los miembros. Así, Luna, Sofía, Lucas y Mateo vivieron felices, enseñando a todos en el barrio que la diferencia entre hermanos y mascotas no existía, siempre que hubiera amor.

Colorín colorado, este cuento se ha acabado.

FIN.

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