El ogro cantante y los conejitos perdidos


Había una vez en un bosque encantado, un ogro llamado Óscar. A diferencia de los demás ogros, a Óscar le encantaba cantar y bailar.

Todos los días se levantaba temprano, salía de su cueva y comenzaba a tararear canciones alegres mientras daba saltitos de un lado a otro. Un día, mientras Óscar bailaba al ritmo de una melodía pegajosa, escuchó unos pasos acercándose.

Era una familia de conejitos que se quedaron sorprendidos al ver al ogro tan feliz y animado. "¡Hola! ¿Qué hacen por aquí?", preguntó Óscar con una sonrisa. Los conejitos, aún un poco asustados por la apariencia del ogro, respondieron tímidamente: "Estábamos perdidos en el bosque y escuchamos tu música.

Nos dio curiosidad saber quién estaba detrás de tanta alegría". Óscar les explicó que él era diferente a los demás ogros y les ofreció ayudarlos a encontrar el camino de regreso a casa. Los conejitos aceptaron gustosos y juntos emprendieron la búsqueda.

Mientras caminaban por el bosque, Óscar seguía cantando y bailando para mantener alto el ánimo de sus nuevos amigos.

Los conejitos se dieron cuenta de que no debían dejarse llevar por las apariencias y que la amabilidad puede venir en diferentes formas y tamaños. De repente, llegaron a un río caudaloso que bloqueaba su camino. Los conejitos estaban preocupados porque no sabían cómo cruzarlo. Fue entonces cuando Óscar tuvo una brillante idea.

"¡Esperen aquí! ¡Voy a buscar algo que nos ayude!", exclamó emocionado. Óscar desapareció entre los árboles y regresó poco después con unas ramas largas y resistentes. Con habilidad, construyó un puente improvisado sobre el río para que los conejitos pudieran cruzar sin peligro.

Los conejitos estaban impresionados por la astucia y generosidad del ogro. Se abrazaron con él antes de seguir su camino hacia casa. "Gracias, Óscar. Eres realmente especial", dijeron los conejitos con gratitud en sus ojos brillantes.

Óscar sonrió ampliamente y les deseó un viaje seguro antes de regresar a su cueva en lo profundo del bosque.

Desde ese día, todos en el bosque hablaban del increíble ogro que cantaba, bailaba ¡y además tenía un corazón gigante! Y así fue como Óscar demostró que las apariencias pueden engañar y que la verdadera bondad viene desde adentro.

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