El Ogro Noble y la Princesa del Jardín de los Susurros
En un reino lejano, donde los atardeceres se pintaban de colores vibrantes y las estrellas danzaban en el cielo, vivía un ogro llamado Bruto. Su aspecto era imponente: piel verde como los prados en primavera, dientes afilados y un gran tamaño que asustaba a todos los que lo veían. Sin embargo, en su corazón habitaba una bondad tan profunda como el océano.
Cerca de donde vivía Bruto, había un hermoso castillo rodeado de jardines espléndidos. En estos jardines, florecían rosas que parecían rubíes y girasoles que giraban hacia el sol dorado. Allí vivía la Princesa Lía, conocida en todo el reino por su belleza y dulzura. Tenía cabellos como hilos de oro, ojos azules como el cielo despejado y una risa que sonaba como el canto de los pájaros en primavera.
Un día, mientras Bruto paseaba por el bosque, escuchó risas provenientes del jardín. Curioso, se acercó y, al asomarse, vio a la princesa jugando con los niños del reino. Notó cómo los pequeños se reían, pero también cómo, al verlo, se quedaban en silencio, aterrados. Fue entonces cuando un deseo ardiente creció en su corazón: quería demostrar que no era el monstruo que todos creían.
Después de varios días de reflexión, Bruto decidió hacer algo especial. Fue al bosque y recolectó flores silvestres, que tenían un perfume dulce y una belleza que podía rivalizar con las rosas del jardín de Lía. Con estas flores, creó un ramo espectacular que llevaría a la princesa.
Al llegar al jardín, Bruto se sintió pequeño y nervioso, como un ratón que se enfrenta a un león. Sin embargo, respiró hondo y se acercó.
"¡Princesa Lía!" - llamó con una voz profunda y temblorosa.
Lía se volvió, y sus ojos se encontraron con los de Bruto. En vez de huir, ella quedó sorprendida. El ogro, con sus flores en las manos, parecía un niño que había perdido su camino.
"¿Qué deseas, amigo ogro?" - preguntó ella con una voz suave como un susurro en la brisa.
"He traído estas flores para demostrarte que mi corazón es noble... Eres la razón por la que quise acercarme a la gente." - respondió Bruto, casi al borde de las lágrimas.
La princesa, conmovida por su gesto, aceptó las flores y se dio cuenta de que dentro de aquel ogro había un alma pura. Así comenzó una hermosa amistad entre Lía y Bruto. Pasaban horas juntos, compartiendo risas y aventuras, y pronto algo especial comenzó a florecer entre ellos, como las rosas en el jardín.
Pero el camino no era fácil. Los villanos del reino, al ver que la princesa se acercaba a un ogro, decidieron sembrar la discordia. Un día, un malvado hechicero, celoso de la felicidad de Lía, lanzó un hechizo sobre el castillo, haciendo que todos se volvieran en contra de Bruto.
Con un corazón lleno de valentía, Lía salió en busca de su amigo. De pie frente al castillo, gritó a su pueblo:
"Bruto no es un monstruo, ¡él es el héroe que todos necesitamos!" - su voz resonó como un canto desafiante en el viento.
Los aldeanos, tras escuchar las palabras de la princesa, empezaron a cuestionarse. ¿Era Bruto realmente el ogro malvado de sus historias? Sin dudarlo, Lía se dirigió a donde se encontraba Bruto, enfrentándolo a la maldad que quería separarlos.
"Tú y yo somos más fuertes juntos. Devolvamos la luz al reino. ¡Juntos venceremos al hechicero!" - exclamó Lía, apretando la mano de Bruto.
Enfrentaron al hechicero juntos, con el amor y la valentía como su mayor arma. Al final, el poder de su amistad fue tan grande que el hechicero se disolvió en la bruma, dejando el reino en paz una vez más.
Desde ese día, el reino aprendió que no importa cuán diferente se sea, la bondad y el amor pueden unir a los corazones más inesperados. Bruto ya no era solo un ogro, sino un querido amigo del reino, y Lía con su amor, se convirtió en un símbolo de aceptación y valentía.
Y así, el jardín de los susurros floreció más que nunca, reflejando la importante lección de que las verdaderas joyas se encuentran en el corazón, donde los héroes pueden surgir de los lugares más inesperados.
FIN.