El Ojo del Corazón



Había una vez, en un pequeño pueblo llamado Sonrisas, un niño llamado Martín. Martín era conocido por ser muy charlatán, siempre tenía algo que decir sobre todo, pero a veces olvidaba que los actos son más importantes que las palabras. Un día, mientras exploraba el bosque cercano al pueblo, encontró una misteriosa piedra brillante. Cuando la tocó, sintió una energía cálida que le recorrió el cuerpo.

—¿Qué es esto? —se preguntó Martín, contemplando la piedra con curiosidad.

En ese instante, una luz envolvente lo cegó un momento y, cuando se aclaró, Martín se dio cuenta de que estaba en un lugar mágico, lleno de animales que hablaban. Un conejo llamado Pipo se acercó a él.

—¡Hola, Martín! Bienvenido al Ojo del Corazón, aquí las palabras no cuentan, solo los actos —dijo Pipo, moviendo sus orejas emocionado.

Martín frunció el ceño. —¿Cómo eso? Siempre pensé que las palabras eran importantes.

—Claro, son importantes, pero aquí lo que importa es lo que haces. ¡Vamos! Te mostraré —respondió Pipo, saltando.

Martín lo siguió a través de un bosque lleno de colores, donde los árboles hablaban en susurros y las flores danzaban. Pronto llegaron a un claro donde una oveja llamada Lulú lloraba desconsoladamente.

—¿Qué te pasa, Lulú? —preguntó Martín, pensando en lo que podría decir para consolarla.

—¡No tengo nadie que me ayude a encontrar a mis amigos! —sollozó Lulú. Martín, al ver su llanto, recordó que las palabras no eran suficientes. Entonces, decidió actuar.

—No te preocupes, Lulú. ¡Vamos a buscarlos juntos! —exclamó, extendiendo su mano. Lulú lo miró sorprendida, pero luego sonrió y se unió a él.

Mientras caminaban, Martín y Lulú se encontraron con un pato llamado Pato, que había perdido su camino.

—¿Dónde está tu casa? —preguntó Lulú, ya lista para ayudar.

—No lo sé. Me asusté y volé muy lejos —dijo Pato, con lágrimas en los ojos.

Martín sintió una punzada en su corazón y se armó de valor. —Vamos, Pato. Te ayudaremos a encontrar tu hogar —dijo, sin dudar.

Juntos, buscaron por todo el mágico lugar, mientras teamaban a otros animales en su camino. Cada vez que ayudaban a otro, Martín sentía que algo dentro de él crecía.

Finalmente, después de mucha búsqueda, encontraron a los amigos de Lulú y Pato reunidos debajo de un gran árbol.

—¡Lulú! ¡Pato! —gritaron sus amigos al verlos. —¡Los estábamos buscando!

Lulú, llena de alegría, se acercó corriendo. —¡Gracias, Martín! ¡Hiciste que todo fuera posible!

También Pato sonrió brillante. —No solo con palabras, sino con tus actos —añadió él, muy contento.

Martín sintió que en ese instante, comprendía lo que significaba el Ojo del Corazón. Era un lugar donde la bondad, la amistad y la acción eran la clave para resolver los problemas.

—¿Así que esto es lo que se siente ayudar? —dijo, sintiéndose feliz.

—Sí, y así es como se construyen los lazos más fuertes —respondió Pipo. —¡Ahora que lo sabes, siempre podrás regresar!

En ese momento, el Ojo del Corazón comenzó a brillar aún más intensamente. Martín se despidió de sus nuevos amigos, sabiendo que siempre llevaría consigo la lección aprendida.

Volvió a su pueblo con una nueva perspectiva. Desde entonces, no solo hablaba, sino que también actuaba. A cada uno de sus amigos y familiares les mostraba su amor no solo con palabras, sino con acciones.

Y así, en el pueblo de Sonrisas, Martín se convirtió en un querido líder, recordándoles a todos que los actos son los verdaderos testigos de nuestro corazón. Y en cada rincón, siempre había un “gracias” de aquellos que recibieron ayuda y amor.

Y colorín colorado, este cuento se ha acabado.

FIN.

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