El Orgullo de Eyair
En el colorido y alegre pueblo de Arcoíris, donde las flores brillaban como diamantes y los árboles danzaban con el viento, vivía un pequeño unicornio llamado Eyair. A diferencia de los otros unicornios, que tenían crines de colores vibrantes, la crin de Eyair era de un color gris apagado. Esto lo hacía sentir diferente y, a menudo, deseaba ser como los demás.
Un día, Eyair decidió visitar la isla mágica de Lucidez, donde se decía que cualquier criatura podía descubrir su verdadero talento. Con un pequeño suspiro de esperanza, emprendió su viaje.
Mientras caminaba por el bosque, se encontró con una tortuga llamada Tula.
"¿Adónde vas, pequeño unicornio?" - preguntó Tula.
"Voy a la isla de Lucidez en busca de mi talento, no quiero ser diferente, quiero ser especial como los demás." - respondió Eyair.
"Querido Eyair, tú ya eres especial, solo necesitas descubrirlo. ¿Por qué no me acompañas? Tal vez podamos encontrar juntos lo que buscamos." - dijo Tula con una sonrisa.
Eyair sintió una chispa de esperanza y decidió que no estaba solo en su aventura. Así que siguieron el camino juntos, disfrutando de la compañía.
Al llegar a la isla, se encontraron con una bruja amistosa llamada Lila. Con su gorro puntiagudo y su risa contagiosa, Lila los recibió.
"Bienvenidos a la isla de Lucidez. ¿Qué desean encontrar?" - preguntó Lila.
"Queremos descubrir nuestros talentos, pero tenemos miedo de ser diferentes" - dijo Eyair.
"Lo diferente es lo que hace a cada uno de ustedes único. Vamos a jugar un juego para descubrir sus habilidades. ¡Prepárense para la diversión!" - exclamó Lila.
La bruja los llevó a un claro donde se formaron grupos. Cada grupo debía realizar una tarea, y así, todos podían descubrir lo que los hacía especiales. Eyair y Tula se unieron a un grupo con dos flamboyanes, Flora y Fauna.
La primera prueba consistía en hacer una cadena de papel con hojas del bosque. Flora hizo hermosos lazos de colores, mientras que Fauna hizo figuras curiosas.
"Yo no sé hacer nada de eso" - dijo Eyair desanimado.
"Pero aquí no se trata de ser como los demás, sino de hacer algo a tu manera" - respondió Tula.
Eyair miró alrededor y, en lugar de dos colores, decidió hacer una mezcla. Empezó a girar las hojas de manera creativa, juntando sus formas. Para su sorpresa, creó una hermosa guirnalda que deslumbró a todos.
"¡Eso es increíble, Eyair!" - exclamó Flora.
"Tenés un don maravilloso para combinar cosas y hacerlas brillar" - agregó Fauna.
Después de esta primera prueba, Eyair sintió que había dado un paso hacia el autoconocimiento. Sin embargo, Lila les dijo que había aún más pruebas por delante: la siguiente sería un canto mágico.
Eyair sintió que su corazón se aceleraba.
"¿Y si no puedo cantar bien?" - preguntó nervioso.
"Nadie puede cantar igual, pero eso no importa. Cada uno tiene un estilo único" - afirmó Lila.
Cuando llegó su turno, Eyair cerró los ojos y dejó que su voz fluyera. Para su sorpresa, su tono melodioso encontró armonía en los sonidos de la naturaleza. Lila y sus amigos lo animaron mientras todos aplaudían entusiasmados.
"Has traído alegría con tu canto, Eyair. ¡Es hermoso!" - dijo Tula emocionada.
Con cada prueba, Eyair comenzó a sentir que ser diferente no era algo negativo, sino algo que lo hacía especial. Agradeció a Lila por mostrarle el camino hacia su talento.
Finalmente, Lila dijo:
"Ahora que han descubierto sus talentos, deben compartirlos con el mundo. No tengan miedo de ser ustedes mismos, porque cada uno aporta algo único al universo".
Con el corazón lleno de confianza y alegría, Eyair regresó a su hogar en Arcoíris con Tula. Al llegar, decidió organizar un gran festival donde cada uno pudiera exhibir sus talentos.
Ese día, el pueblo brilló más que nunca. Eyair, con su crin gris y sonrisa radiante, demostró que ser diferente es un verdadero tesoro.
"¡Miren lo que he creado!" - dijo Eyair mientras colgaba la guirnalda con sus amigos.
Y así, Eyair se convirtió en el orgullo de Arcoíris, demostrando que lo que nos hace diferentes es lo que nos hace especiales. A partir de aquel día, el pueblo celebró el valor de ser uno mismo y de aceptar a los demás tal como son. ¡Y colorín colorado, este cuento se ha acabado!
FIN.