El orgullo de Mateo
Había una vez en la bulliciosa ciudad de Buenos Aires, un niño llamado Mateo. Mateo era indígena y aunque vivía lejos de su comunidad originaria, siempre llevaba en su corazón las tradiciones y costumbres de su pueblo.
Desde pequeño, a Mateo le encantaba escuchar las historias que los abuelos indígenas contaban alrededor del fuego. Le maravillaba la sabiduría que transmitían y cómo cada relato estaba lleno de enseñanzas sobre el respeto a la naturaleza y a los demás.
Pero en la escuela, algunos compañeros no entendían por qué Mateo era diferente. Se burlaban de él por sus rasgos indígenas y por hablar con orgullo de sus raíces.
"¡Miren al salvaje!" se reían algunos, haciendo sentir mal a Mateo. Un día, cansado de los insultos y las risas hirientes, Mateo decidió hablar con su mamá.
Ella lo escuchó con ternura y le recordó algo importante: "Tu herencia indígena es parte de lo que eres, hijo mío. No permitas que nadie te haga sentir avergonzado por ello". Decidido a enfrentar la situación, Mateo buscó ayuda en la biblioteca de la escuela.
Allí descubrió libros sobre pueblos originarios argentinos y leyendas ancestrales que lo inspiraron aún más. Armado con conocimiento e inspiración, Mateo decidió hablar en clase sobre las riquezas culturales de su pueblo. Al principio hubo murmullos entre sus compañeros, pero pronto estaban todos cautivados por las historias que compartía.
Incluso aquellos que se burlaban antes comenzaron a respetar a Mateo por su valentía al defender sus raíces con tanto amor y orgullo. La maestra felicitó a Mateo por su valentía y dedicación para compartir una parte tan importante de su identidad.
Desde ese día, Mateo se convirtió en un puente entre dos mundos: el urbano donde vivía y el ancestral al que pertenecía.
Su valentía no solo lo hizo ganar respeto entre sus compañeros sino también sembrar semillas de comprensión y tolerancia hacia las diferencias culturales. Y así, nuestro querido amigo Mateito aprendió una gran lección: nunca debemos avergonzarnos de nuestras raíces ni dejar que nadie nos haga sentir menos por ser quienes somos.
Porque nuestra diversidad es lo que nos hace únicos e increíbles. Y colorín colorado, este cuento ha terminado pero la valentía y el amor por nuestras raíces siguen creciendo en el corazón de todos los niños como tú. ¡Fin!
FIN.