El osito que no quería ir a la escuela



Había una vez en un bosquecito lleno de vida, un pequeño osito llamado Tito. Tito era un osito curioso y juguetón, pero había un problema: ¡no quería ir a la escuela! Todos sus amigos hablaban de lo divertido que era aprender y jugar con los demás, pero Tito solo pensaba en lo genial que era quedarse en casa, jugando con sus juguetes y soñando con aventuras.

Una mañana, mientras todos los ositos se preparaban para el primer día de clases, Tito se escondió bajo su cama. Su mamá, la osita Rosa, entró a su habitación y lo buscó.

"Tito, cariño, ¡es hora de ir a la escuela!" - dijo la osita Rosa con una sonrisa.

"Pero mamá, no quiero ir!" - respondió Tito mientras tiraba de la manta.

"¿Y por qué no quieres?" - preguntó su mamá.

"Porque será aburrido, y yo quiero jugar. A la escuela no se puede jugar!" - se quejó Tito.

La osita Rosa lo miró con ternura y le dijo:

"Pero Tito, en la escuela también se aprende a jugar de otras maneras. Si no vas, te vas a perder de grandes cosas. ¿Te gustaría conocer a nuevos amigos?"

Tito dudó. La idea de conocer a nuevos amigos le pareció interesante. Sin embargo, todavía estaba asustado.

Finalmente, su mamá decidió llevarlo a la escuela. Cuando Tito llegó, vio a otros ositos jugando en el patio, riendo y corriendo.

"Mirá, esos ositos están divirtiéndose!" - pensó Tito, pero aún tenía miedo de acercarse.

Cuando el timbre sonó, se formaron filas para entrar al salón. Tito se sintió muy pequeño, pero al mismo tiempo, curioso. En clase, la señorita Babi, una adorada y amable coneja, les explicó que aprenderían a contar y a dibujar figuras.

"¿Sabés qué? Vamos a hacer una actividad de arte y después jugamos un rato!" - dijo la señorita Babi con entusiasmo.

Eso sí que le gustó a Tito. Al poco tiempo, se dio cuenta de que dibujar era maravilloso. Pinta de colores todos sus amigos y, mientras lo hacía, su corazón se llenaba de alegría.

"Mirá, estoy haciendo a la hormiguita Lila!" - le mostró a la osita Laura, que estaba a su lado.

"¡Qué lindo! ¡Te salió genial!" - respondió Laura.

Con cada pequeño elogio y cada sonrisa, Tito se sentía más feliz. El recreo fue aún mejor. Tito se unió a un grupo de ositos que jugaban a la pelota.

"¡Pasame la pelota, Tito!" - gritaron al unísono.

Tito no lo podía creer. Ese juego era hasta más divertido de lo que había imaginado y, además, estaba rodeado de nuevos amigos. Cuando terminó el recreo, se sintió tan emocionado que no quería que la jornada terminara.

Al final del día, al volver a casa, Tito le relató a su mamá todo lo que había vivido:

"¡Mamá, no puedo creer lo divertido que fue! Primero dibujamos y después jugamos con una pelota!"

La osita Rosa sonrió, satisfecha.

"¿Ves, Tito? La escuela no es aburrida en absoluto. Aprender y jugar pueden ir de la mano."

Tito se dio cuenta de que había aprendido algo importante: a veces, lo que más tememos puede traer cosas hermosas.

Desde ese día, Tito se convirtió en un osito que no solo iba a la escuela, sino que también disfrutaba de ello. Cuando comenzaba la semana, ya no se escondía, sino que se sentía emocionado por las actividades que vendrían y los nuevos amigos que conocería.

Y así, el pequeño osito aprendió que la escuela no era solo un lugar para aprender, sino también un espacio para jugar y hacer amigos. Tito se convirtió en un gran embajador de la educación, contándole a todos los ositos que ir a la escuela era una aventura.

"¡No se lo pierdan, es increíble!" - decía con entusiasmo.

Y así, en cada rincón del bosque, los ositos comenzaron a ir a la escuela, llenos de alegría, aprendiendo y jugando juntos, gracias a la inspiración de Tito, el osito que una vez no quería ir a la escuela, pero ahora no podía esperar a regresar cada día.

FIN.

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