El pacto del indio y la redención



Había una vez, en tiempos coloniales en la hermosa ciudad de Quito, un indio llamado Pedro.

Pedro era conocido por su habilidad para construir cosas maravillosas, y un día se le ocurrió la magnífica idea de construir el "Atrio de San Francisco". Todos en la ciudad estaban emocionados con esta idea y apoyaron a Pedro en su proyecto. Pedro trabajó arduamente durante meses para dar vida a su sueño, pero desafortunadamente, el tiempo no estaba de su lado.

El día que debía entregar el atrio terminado llegó y Pedro se dio cuenta de que no había logrado terminar a tiempo. Desesperado y temiendo ir a la cárcel por no cumplir su promesa, decidió pedir ayuda.

Caminando por las calles tristes y llenas de preocupación, Pedro oyó una voz proveniente de un rincón oscuro. Al acercarse, vio a un hombre vestido completamente de rojo con una barba larga y puntiaguda.

Era nada menos que el diablo. El diablo se acercó a Pedro con una sonrisa maliciosa en su rostro y le dijo: "¿Necesitas ayuda para terminar tu atrio? Estoy dispuesto a ayudarte si haces algo por mí".

Pedro miró al diablo con desconfianza pero sabía que necesitaba urgentemente terminar su obra maestra. Decidió escuchar lo que tenía que decirle. "Te ayudaré a terminar tu atrio", dijo el diablo mientras frotaba sus manos. "Pero solo si me prometes darme tu alma cuando termine".

Pedro se quedó sin palabras. Sabía que hacer un trato con el diablo no era algo bueno, pero también sabía que si no terminaba el atrio, su vida estaría arruinada. Tomó una profunda respiración y aceptó el trato.

El diablo trabajó junto a Pedro día y noche. Su velocidad y habilidad eran sorprendentes, y en poco tiempo lograron terminar el atrio de San Francisco. La gente de Quito quedó asombrada por la belleza de la obra.

Cuando todo estuvo listo, Pedro recordó su promesa al diablo y se preparó para entregarle su alma. Pero justo cuando estaba a punto de hacerlo, un cura llamado Padre Juan apareció de repente.

"¡Detente!", gritó Padre Juan mientras sostenía un crucifijo en alto. "No entregues tu alma al diablo". Pedro miró al cura con esperanza en sus ojos.

El padre Juan explicó que había escuchado sobre el trato entre Pedro y el diablo y decidió intervenir para salvarlo. Con valentía, Padre Juan desafió al diablo a un enfrentamiento espiritual. Ambos se enfrentaron en una batalla épica de fe contra maldad. Mientras luchaban, los cielos se oscurecieron y los rayos iluminaron la ciudad.

Finalmente, después de una intensa lucha, Padre Juan logró vencer al diablo con su poder divino. El diablo desapareció dejando solo humo negro detrás de él.

Pedro cayó de rodillas ante Padre Juan, lleno de gratitud por haber sido salvado del destino terrible que le esperaba. "Gracias, Padre Juan", dijo Pedro con lágrimas en los ojos. "Has salvado mi alma y ahora puedo vivir una vida llena de bondad y redención".

Padre Juan sonrió y le dio a Pedro un abrazo cálido. "Recuerda, Pedro", dijo el padre Juan. "La promesa que hiciste al diablo no tiene poder sobre ti. A partir de ahora, debes vivir una vida honesta y hacer todo lo posible para enmendar tus errores".

Pedro asintió con determinación y se levantó del suelo con renovada esperanza en su corazón. Desde ese día en adelante, se convirtió en un hombre ejemplar que trabajó arduamente para ayudar a los demás.

El atrio de San Francisco se convirtió en un símbolo de la perseverancia y la redención de Pedro. La gente siempre recordaría la historia del indio valiente que supo enfrentarse al mal y encontrar la luz dentro de sí mismo.

Y así, queridos niños, aprendemos que incluso cuando nos enfrentamos a situaciones difíciles, siempre hay esperanza si tenemos fe en nosotros mismos y buscamos ayuda donde menos lo esperamos.

FIN.

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