El País de los Monstruos Amistosos



Era una noche oscura y silenciosa cuando Lucas, un niño de diez años, se despertó en su cama. Al mirar por la ventana, notó que brillaba una luz extraña en el árbol de la esquina del jardín. Intrigado, se vestió rápidamente y salió a investigar. Al acercarse al árbol, la luz comenzó a brillar con más fuerza hasta que, ¡plaf! , se abrió un portal que lo llevó a un país mágico lleno de monstruos.

Lucas aterrizó suavemente en una suave colina cubierta de flores luminosas. A su alrededor, gigantes gentiles y criaturas peludas jugaban entre risas y música. No era como había imaginado el mundo de los monstruos.

"¡Hola, humano!" - gritó un monstruo azul y grande, levantando una de sus enormes patas.

"Hola... ¿qué son todos ustedes?" - respondió Lucas, con un poco de miedo y mucha curiosidad.

"Somos los Monstruos Amistosos de Bosqueluz. Ven, únete a nosotros!" - decía la criatura mientras reía con una risa contagiosa.

Un poco más animado, Lucas siguió a la multitud de monstruos. Escuchó cómo cantaban y bailaban, disfrutando de juegos que nunca había visto antes. Sin embargo, mientras exploraba este país misterioso, se dio cuenta de que no todo era perfecto. Una oscura sombra se cernía sobre el lugar, una nube negra que parecía entristecer a todos los monstruos.

Un pequeño monstruo de piel verde, que parecía muy asustado, se le acercó.

"¡Debemos encontrar la Fuente de la Alegría! ¡Sin ella, Bosqueluz está triste!" - dijo con lágrimas en los ojos.

"¿La Fuente de la Alegría? ¿Dónde está?" - preguntó Lucas, decidido a ayudar.

"No lo sé, pero la Vieja Sombra la robó. ¡Sólo se puede encontrar si creemos en la amistad y el trabajo en equipo!" - explicó el monstruo.

Lucas sintió que la aventura apenas comenzaba. Junto a un grupo de monstruos, formaron un equipo con diferentes habilidades: una monstruo volador que podía mirar desde el cielo, otro que podía hacer sonar el tambor para reunir a todos, y Lucas, que conocía historias de coraje.

"¡Vamos, amigos! Juntos podemos hacerlo!" - exclamó Lucas, contagiando de su entusiasmo a los demás.

Siguieron un camino lleno de obstáculos, como ríos de lava dulce y montañas hechas de nubes. En cada aventura, los monstruos aprendían a confiar el uno en el otro, a compartir ideas y a apoyarse mutuamente. Cuando se encontraban ante un problema, Lucas recordaba cuentos de héroes que habían superado dificultades.

Finalmente, en una cueva oscura, encontraron a la Vieja Sombra.

"¿Qué quieren, pequeños?" - preguntó la sombra, en un tono sombrío.

"Queremos la Fuente de la Alegría, que le regresa la risa a Bosqueluz!" - explicó Lucas, tomando valor.

La sombra sonrió, pero no de una forma amable.

"¿Tan importantes son las risas? ¿Conocen su verdadero valor?" - dijo con un tono burlón.

"¡Sí!" - gritaron todos al unísono. "Las risas unen a las personas, generan amistad y amor. No podemos vivir sin ellas!"

La Vieja Sombra se quedó en silencio, y algo en su mirada cambió.

"Tal vez tengan razón. Llevo tanto tiempo sola que he olvidado lo que es reír. Me gustaría recordar..." - confesó la sombra, que comenzó a desvanecerse con un brillo tenue.

Lucas y los monstruos se miraron, comprendieron esa tristeza oculta y, en un acto espontáneo, comenzaron a contar chistes, a reír, a celebrar la amistad que los unía. La Vieja Sombra, al oír sus risas, se unió a ellos, y así, poco a poco, recuperó su esencia y devolvió la Fuente de la Alegría a Bosqueluz.

Cuando regresaron, el país volvió a llenarse de luz y color, y los monstruos bailaron felices. Lucas se despidió de sus nuevos amigos, sabiendo que su valentía y amistad habían cambiado a varios de ellos.

Al regresar a casa, Lucas se dio cuenta de que el portal por donde había venido se había desvanecido, pero en su corazón quedaba una chispa de alegría que lo acompañaría siempre. Desde aquella noche, Lucas nunca volvió a tener miedo de los monstruos. Ahora sabía que tenían corazones grandes y que todos, incluso las sombras, pueden encontrar la luz si trabajan juntos.

Con una sonrisa, se metió en la cama y se prometió que un día regresaría a Bosqueluz. Cada vez que la luna brillaba, él recordaba su aventura y el poder de la amistad.

FIN.

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