El País de los Tamaños Cambiantes



En un rincón olvidado del mundo, existía un lugar mágico llamado el País de los Tamaños Cambiantes. Allí, las cosas podían hacerse muy grandes o muy pequeñas con solo desearlo. Todo estaba en constante metamorfosis, desde los árboles que crecían como torres hasta las flores que podían encajarse en la palma de una mano.

Una mañana, Mateo, un niño curioso y aventurero, decidió explorar el País. Miró a su alrededor y exclamó al contemplar un árbol colosal:

- ¡Mirá cómo creció ese árbol! Si se me ocurre desear un coche de juguete, ¿se volverá gigante también?

Su amiga Sofía, que siempre tenía una respuesta lista, sonrió y dijo:

- ¡Probalo! Aquí, todo es posible.

Mateo cerró los ojos y pensó en un enorme coche de carreras. Cuando abrió los ojos, sus amigos se quedaron boquiabiertos al ver un coche de verdaderas dimensiones, brillante y veloz, frente a ellos.

- ¡Guau! ¡Esto es increíble! - gritó Sofía mientras corría hacia el coche.

Subieron todos al coche, y Mateo condujo por un camino de caramelos y nubes de algodon, riendo y sintiéndose como un verdadero piloto. Pero a medida que avanzaban, se dieron cuenta de que el coche, aunque grande, también causaba un problema. Movía cosas a su paso y todo comenzaba a ser un caos.

- ¡Frená, Mateo! - gritó Sofía al ver una flor pequeña caer al suelo por el movimiento del coche.

- ¿Qué pasa? ¡Es solo una flor! - respondió él, confundido.

Sofía se asomó por la ventanilla y dijo:

- ¡No! En este lugar, cada tamaño tiene su importancia. Esas flores son casas para muchas criaturas. Si seguimos así, podemos causar mucho daño.

Mateo, sintiéndose culpable, decidió que ya era suficiente. Detuvo el gigantesco coche y pensó en cómo hacer las cosas distintas.

- Tal vez debería desear que todo vuelva a su tamaño original - sugirió.

- Es un buena idea, ¡hacelo! - alentó Sofía.

Mateo cerró los ojos nuevamente y deseó que todo regresara a la normalidad. Poco a poco, el coche se volvió del tamaño de un juguete, mientras las flores regresaban a su autenticidad. Todos respiraron aliviados.

Sin embargo, lo interesante del País de los Tamaños Cambiantes es que no solo se podía cambiar el tamaño de las cosas, sino también entender que cada cosa tiene su lugar en el mundo.

- Ahora, ¡vayamos a buscar algo para cambiar de tamaño que no cause problemas! - propuso Sofía.

- ¡Esa es la actitud! - respondió Mateo.

Mientras caminaban, encontraron una caja de juguetes que se había hecho pequeña como un botón. Sofía, curiosa, dijo:

- ¿Te imaginás qué pasaría si la hacemos grande? ¡Podríamos jugar juntos todos!

Mateo, emocionado, pensó en lo divertido que sería y deseó que la caja creciera. En un instante, la caja era enorme y llena de juguetes. Los niños de la aldea se reunieron y comenzaron a jugar, disfrutando de su tiempo juntos.

Pero, a pesar de la diversión, Mateo recordó la lección que había aprendido:

- Recuerden siempre, amigos, que cada tamaño tiene su propósito. Debemos ser responsables con nuestros deseos.

Así, el día terminó y, al caer la tarde, Mateo y Sofía se sentaron a observar el atardecer.

- ¿Viste cómo aprendimos a jugar en armonía? - comentó Sofía, con una sonrisa.

- Sí, y aunque este lugar es mágico, también debemos ser cuidadosos. A veces, lo más pequeño puede ser igual de importante que lo más grande.

Ambos se rieron y decidieron volver al día siguiente para nuevas aventuras, sabiendo que el verdadero tesoro era la amistad y el aprendizaje.

Y así, en el País de los Tamaños Cambiantes, los niños aprendieron que, ya sea grande o pequeño, cada detalle cuenta, y que, a medida que crecemos, también aprendemos a ser responsables con nuestras decisiones. Y colorín colorado, este cuento se ha acabado.

FIN.

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