El Palacio de los Sueños



Una tarde soleada, Antonella decidió escapar del bullicio de su casa y salir a explorar el parque que estaba cerca de su barrio. Mientras caminaba entre los árboles, encontró una entrada secreta con un arco cubierto de flores brillantes. Sin pensarlo dos veces, se adentró y se encontró frente a un majestuoso palacio construido con cristal y luz.

- ¡Wow! - exclamó Antonella, maravillada.

Al acercarse, la puerta del palacio se abrió suavemente, como invitándola a entrar. Dentro encontró a un grupo de personajes increíbles. Había una mariposa gigante llamada Lumina, que iluminaba el lugar con sus alas resplandecientes; un dragón de papel llamado Papiro, que podía volar por los pasillos; y un anciano sabio de barro llamado Terrafino, que contaba historias de tiempos antiguos.

- ¡Hola! - saludó Antonella a los personajes, un poco nerviosa pero emocionada. - ¿Vivo aquí?

- Sí, querida - dijo Terrafino con una sonrisa cálida. - Este es el Palacio de los Sueños, y tú has sido elegida para ayudarnos.

Antonella no podía creer lo que escuchaba. A medida que pasaban las horas, los personajes le explicaron que un malvado hechicero había robado los colores del palacio y que su misión era devolverles la alegría y la vitalidad a cada rincón. Sin colores, el palacio iba apagándose lentamente.

- Pero, ¿cómo puedo ayudar? - preguntó Antonella, incrédula.

- Necesitamos que encuentres los tres Cristales de la Alegría - dijo Lumina, agitando sus alas con entusiasmo. - Están escondidos en este mágico mundo.

- ¿Qué son esos cristales? - inquirió Antonella.

- Cada cristal representa una cualidad especial: la amistad, la creatividad y la confianza - explicó Papiro, dando vueltas en el aire. - Sin esos valores, nunca podremos volver a ser felices.

Decidida y llena de valor, Antonella aceptó el desafío. Así, se aventuró a través del jardín encantado donde tuvo que demostrar su amistad ayudando a una flor a encontrar a su amiga abeja, que estaba perdida.

- ¡Aquí estás! - gritó la flor con alegría después de que Antonella las reuniera. - Por tu buena acción, aquí tienes el Cristal de la Amistad.

Antonella sonrió y lo guardó en su bolsa.

Luego se dirigió al Bosque de los Cuentos, donde las historias cobraban vida. Allí, encontró un caballito de madera que lucía triste.

- ¿Qué te pasa? - le preguntó.

- No puedo correr como los demás caballos, por eso no tengo amigos - sollozó el caballito.

Antonella se acercó y le dijo:

- No importa tu forma, lo que importa es tu espíritu. Vamos a jugar juntos juntos.

Esa pequeña acción permitió que el caballito comenzara a sonreír, y así, recibió el Cristal de la Creatividad que se le otorgaba a quien unía a los amigos con su imaginación.

Con un brillo en sus ojos, Antonella ya sólo necesitaba el Cristal de la Confianza. Decidió dirigirse a la Cueva de los Reflejos, donde todos los temores se manifestaban como sombras.

- ¿Cómo voy a vencer esto? - murmuró Antonella, mirando su imagen reflejada en las paredes de la cueva, que también mostraba sus inseguridades.

Las sombras comenzaron a reírse y a burlarse de ella.

- ¡Eres solo una niña! - gritaron al unísono.

- ¡No! - gritó Antonella con firmeza. - Soy Antonella, y tengo valor y determinación. Puedo hacerlo.

Con esa afirmación, las sombras empezaron a desvanecerse, dejando ver un destello brillante en el fondo de la cueva. Cuando se acercó, encontró el Cristal de la Confianza brillando intensamente. Lo tomó con orgullo y se dispuso a regresar al palacio.

Al llegar, reunió los tres cristales y, junto a sus nuevos amigos, los colocó en el pedestal del Gran Salón del palacio. En ese instante, los colores regresaron con una explosión de alegría. El palacio brilló y llenó el aire de risas y música.

- Gracias, Antonella - dijo Terrafino con emoción. - Has demostrado que la amistad, la creatividad y la confianza son los verdaderos colores de la vida.

- Yo sólo hice lo que podía - respondió Antonella, sonriendo.

Pero, antes de regresar a su hogar, cada personaje le regaló un pequeño objeto como símbolo de su amistad y agradecimiento.

- Siempre que lo necesites, recuerda que este palacio está aquí para ti - dijo Papiro, mientras levantaba el vuelo.

Antonella salió del palacio sintiendo que había aprendido valiosas lecciones.

De regreso a casa, se sintió más fuerte y decidida a llevar esos colores al mundo real; a compartir amistad, ser creativa y confiar en sí misma. Desde entonces, su vida cobró nuevos bríos, y cada vez que miraba una flor o jugaba con sus amigos, recordaba su aventura mágica y los cristales de los sueños.

Y así, el Palacio de los Sueños permaneció vivo en su corazón, enseñándole a iluminar cada día con su propia luz.

FIN.

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