El pan de la amistad
Había una vez en la estación de tren, un simpático y curioso conejito llamado Carlos. Era un día soleado y Carlos había preparado su merienda favorita: un delicioso pan recién horneado.
Mientras mordisqueaba su pan, no podía evitar disfrutar cada bocado. En ese mismo momento, Sofia, una pequeña ratoncita muy amigable y siempre hambrienta, pasaba por allí y vio a Carlos comiendo con tanto gusto. Su estómago empezó a gruñir de envidia al ver aquel apetitoso pan.
Sofia se acercó tímidamente hacia Carlos y le preguntó con voz temblorosa: "Disculpa, ¿puedo probar un pedacito de tu pan? Me muero de hambre". Carlos miró a Sofia con ternura y comprensión.
Sabía cómo se sentía estar hambriento, así que decidió compartir su comida con ella. Le ofreció un trozo generoso de su sabroso pan. "¡Claro que sí! Toma este pedacito", dijo Carlos sonriendo amablemente. Sofia aceptó el regalo gustosamente y dio un mordisco al pan.
Sus ojos se iluminaron de alegría al probar aquel manjar tan delicioso. "¡Wow! ¡Está riquísimo! Muchas gracias, Carlos", exclamó Sofia emocionada. Carlos sonrió satisfecho al ver la felicidad en el rostro de su nueva amiga.
Juntos continuaron compartiendo historias mientras disfrutaban del resto del pan. Un rato después, llegaron corriendo dos traviesos pajaritos llamados Pedro y Martina. Al ver a Carlos y Sofia compartiendo su comida, se acercaron con curiosidad. "¡Hola chicos! ¿Qué hacen aquí?", preguntó Pedro.
"Estamos compartiendo este delicioso pan", respondió Carlos con una sonrisa. Pedro y Martina se miraron entre sí y luego a los dos amigos disfrutando de su merienda. Se dieron cuenta de que también querían formar parte de esa maravillosa experiencia.
"¿Podemos unirnos a ustedes? Nos encantaría compartir ese pan tan apetitoso", dijo Martina emocionada. Carlos, siempre amable y generoso, asintió con la cabeza. Juntos, los cuatro amigos disfrutaron el resto del pan mientras reían y compartían anécdotas divertidas.
Pero justo cuando pensaban que todo estaba perfecto, una repentina ráfaga de viento soplo fuertemente llevándose el último pedazo del pan volando hasta lo alto de un árbol cercano. Todos quedaron sorprendidos y tristes al ver cómo desaparecía su preciado tesoro.
Pero en lugar de rendirse, decidieron trabajar juntos para encontrar una solución creativa. Martina sugirió: "¡Podemos construir una escalera humana para alcanzar el árbol!"Pedro agregó: "Y yo puedo usar mis alas para intentar atraparlo desde arriba".
Sofia exclamó: "Y yo puedo buscar algo largo para hacer palanca". Carlos sonrió orgulloso al ver cómo sus amigos trabajaban en equipo para resolver el problema. Todos pusieron manos a la obra y finalmente lograron recuperar el último pedazo del pan.
Llenos de alegría, se sentaron en el suelo y compartieron ese último bocado con una satisfacción indescriptible. Habían aprendido que la amistad y la colaboración pueden superar cualquier obstáculo.
Desde aquel día, Carlos, Sofia, Pedro y Martina se convirtieron en los mejores amigos. Compartían todo lo que tenían sin importar lo pequeño o grande que fuera. Aprendieron que la verdadera felicidad no está solo en tener cosas para uno mismo, sino en compartir con los demás.
Y así, cada vez que alguien pasaba por la estación de tren y veía a estos cuatro amigos disfrutando juntos, recordaban la valiosa lección de generosidad y amistad que habían aprendido aquel día.
FIN.