El pan mágico de Pancho y el niño perdido



Había una vez en un bosque encantado, un conejito llamado Pancho que vivía en el agujero de un árbol.

Todas las mañanas, Pancho se levantaba temprano y se dirigía al molino para moler el grano y así poder hacer sus deliciosos panes, pasteles y galletas que luego vendía en su pequeña panadería. Un día soleado de primavera, mientras Pancho preparaba la masa para sus famosos panes de zanahoria, escuchó unos sollozos cerca de su árbol.

Al asomarse, descubrió a un niño pequeño perdido entre los árboles. El conejito se acercó con ternura al niño y le preguntó qué le sucedía. - ¿Qué te pasa, amiguito? ¿Estás perdido? -preguntó Pancho con voz dulce.

El niño, entre sollozos, asintió con la cabeza y dijo: "Sí, me perdí cuando jugaba con mis amigos". Pancho sonrió bondadosamente y decidió ayudar al niño a encontrar su camino de regreso a casa.

Pero antes de partir, pensó que sería una buena idea enseñarle cómo hacer pan para que nunca más pasara hambre si volvía a perderse en el bosque. - Ven conmigo -dijo Pancho-. Te enseñaré a hacer pan como todo un experto.

El niño siguió al conejito hasta su acogedora cocina en el árbol.

Pancho le mostró cada utensilio necesario para hacer pan: la balanza para medir los ingredientes exactos, el rodillo para estirar la masa, el recipiente para mezclar los ingredientes y por supuesto, el horno donde se cocinarían las delicias. - Primero debemos pesar la harina -explicó Pancho mientras colocaba la balanza sobre la mesa-. Es importante ser precisos en las medidas para lograr un pan perfecto.

El niño observaba atentamente cada paso que realizaba el conejito. Juntos mezclaron los ingredientes siguiendo la receta secreta de Pancho y amasaron la masa hasta que quedó suave y esponjosa. Luego formaron bollos redondos y los colocaron en el horno caliente.

Mientras esperaban que los panes se horneen, Pancho le contaba al niño historias sobre las aventuras en el bosque y cómo había aprendido a cocinar con amor y dedicación. Finalmente, el delicioso aroma del pan recién horneado invadió toda la cocina.

Sacaron los panes dorados del horno y los dejaron enfriar antes de probarlos juntos. - ¡Qué rico! -exclamó el niño emocionado-. Nunca imaginé que hacer pan fuera tan divertido.

Después de disfrutar juntos de un sabroso desayuno con té caliente y mermelada casera sobre rebanadas de pan recién hecho, llegó el momento de llevar al niño de regreso a casa. Con una sonrisa radiante en su rostro, le dio las gracias a Pancho por enseñarle algo nuevo e invaluable.

Desde ese día, cada vez que visitaba al conejito panadero en su árbol mágico del bosque encantado, recordaba con cariño aquella maravillosa experiencia compartida. Y así aprendió no solo a hacer pan sino también valores como la generosidad, solidaridad y amistad verdadera.

FIN.

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