El Pan y el Karate
En un barrio de Buenos Aires, dos amigos inseparables, Lucas y Sofía, soñaban con un futuro mejor. Eran niños de clase baja que siempre habían sentido el desprecio de sus compañeros de colegio. El aula se llenaba de risas cuando otros niños hacían bromas sobre sus ropas o su comida. Pero Lucas y Sofía no se dejaron vencer por la tristeza, decidieron tomar las riendas de su vida.
"¿Y si vendemos pan en las calles?" - sugirió Lucas un día, mientras miraban cómo otros niños jugaban.
"Tenés razón. ¿Cómo lo hacemos?" - respondió Sofía con una chispa en los ojos.
Así fue como empezaron su pequeño negocio. Compraban pan a un precio bajo y lo revendían en su barrio. Cada vez que vendían una barra, se llenaban de alegría. Pronto empezaron a hacer un poco de dinero y, lo más importante, se sentían útiles y felices.
Un día soleado, mientras Lucas y Sofía vendían su pan en la plaza, un grupo de niños mayores apareció. Eran de una pandilla conocida por ser intimidante.
"Mirá, los chicos de la pobreza. ¿Qué hacen vendiendo pan?" - se burla uno de los más grandes.
Lucas y Sofía se miraron. Sabían que tenían que ser valientes.
"Estamos ganando dinero, ¿qué te parece?" - respondió Sofía.
"Ja, ja, ¿creés que eso es suficiente? En este barrio, hay que pelear para que te respeten!" - dijo el líder de la pandilla.
Pero Lucas no estaba dispuesto a dejarse amedrentar. Había estado tomando clases de karate desde hacía un tiempo.
"Si nos quieren atacar, ¡seremos capaces de defendemos!" - dijo Lucas con firmeza.
Sofía, que había estado aprendiendo también un poco, asintió.
"No queremos problemas, pero tampoco nos dejaremos ganar. ¡Defenderemos nuestro negocio!" - agregó.
Los niños mayores empezaron a avanzar como si fueran gigantes. Lucas y Sofía se pusieron en posición de karate, listos para defenderse.
"¡Miren, chicos, lo que aprendieron! ¡Es pero no nos importa!" - gritó el líder de la pandilla, riendo. Pero el humor se les fue al suelo pronto cuando Lucas comenzó a mostrarle al grupo lo que había aprendido.
"¡Kiai!" - gritó Lucas, haciendo un movimiento rápido. Sofía lo siguió, mostrando sus propias habilidades. Para sorpresa de todos, lograron alejar a los niños mayores, quienes al principio estaban riéndose.
"¡Basta! ¡No vale la pena!" - exclamó finalmente uno de los niños grandes.
Los dos niños de la pandilla comenzaron a alejarse. Apenas se habían dado cuenta de que, aunque eran mayores, los pequeños eran fuertes y no se asustarían con comentarios crueles.
Lucas y Sofía se miraron, incrédulos por lo que habían logrado.
"Lo hicimos. Defensa sin violencia. ¡Siempre se puede luchar por lo que uno ama!" - dijo Sofía llenándose de orgullo.
"Sí, y nuestro negocio no solo va a salir adelante, ¡también chupamos algunas lecciones de karate!" - agregó Lucas con una sonrisa.
A partir de ese día, Lucas y Sofía vendieron aún más pan, haciendo amigos por el camino. La pandilla ya no los molestaba y, incluso, algunos se acercaron a preguntarles su secreto del karate.
De ahí en adelante, no solo vendieron pan, sino también enseñaron a otros niños en el barrio a defenderse. Su negocio prosperó, pero aún más importante fue que aprendieron que, a pesar de las diferencias, siempre podían encontrar la forma de unir fuerzas y crecer juntos, sin dejarse amedrentar.
Así, con esfuerzo y valentía, Lucas y Sofía demostraron que los sueños se construyen con trabajo duro y solidaridad, sin importar de dónde vengas. Y que el verdadero valor reside en el coraje de defender lo que crees justo.
FIN.