El papá gruñón y su pequeño héroe



Isaías era un hombre de apariencia seria y a menudo gruñón. Con su cara de pocos amigos y esos fruncidos que hacían temblar incluso al más valiente, era fácil pensar que tenía un corazón de piedra. Sin embargo, todo eso cambió desde que nació su bebé, Hesed.

Apenas un cucurucho de alegría de 9 meses, Hesed tenía una habilidad especial para iluminar los días nublados. Cada vez que Isaías llegaba a casa, su pequeño estiraba sus manitas en un gesto de amor que derritió por completo el corazón del papá más reacio del mundo.

"¡Papá!" - balbuceaba Hesed con una sonrisa deslumbrante, como si el sol mismo hubiese decidido salir solo para él.

Isaías no podía evitar sonreír al escuchar esas palabras. A pesar de su seriedad, su pecho se llenaba de una ternura indescriptible cuando miraba esos grandes ojos brillantes que lo miraban llenos de admiración.

Un día, mientras estaba en su sillón favorito, Isaías se sintió especialmente gruñón por alguna razón. No quería ni jugar ni hacerse cargo de la casa. Solo quería relajarse. Pero ahí estaba Hesed, extendiendo sus brazos y balbuceando.

"¡Vamos, papá! ¡A jugar!" - decía el pequeño, como si fuera un superhéroe intentando salvar el día.

Isaías resopló. "No tengo ganas hoy, pequeño. Estoy cansado..."

Sin embargo, Hesed no se dio por vencido. A pesar de la negativa de su papá, se arrastró hasta él. Al llegar, tocó suavemente su barba con esas manitas regordetas y un brillo en los ojos que parecía un universo lleno de estrellas.

Esa simple acción hizo que Isaías sintiera una oleada de alegría. "Está bien, está bien... Un ratito, pero solo porque me mirás así" - terminó concediendo sonriendo con un guiño.

Los minutos se convirtieron en horas de risas y juegos. Isaías, vestido de papá gruñón, se transformó en un dragón volador solo porque a Hesed le encantaba la idea. Ambos se reían, y la risa de Isaías resonaba en toda la casa.

Cuando la tarde llegó a su fin, Isaías se sentó en su sillón nuevamente, sintiéndose cansado pero feliz. Observó a Hesed, que se había quedado dormido en sus brazos, y sintió que esa alma desbordante de amor lo había cambiado para siempre.

Sin embargo, algo inesperado sucedió. Hesed, mientras dormía, se movió y comenzó a balbucear. "¡Papá! ¡Valiente!" - incluso en sueños, el pequeño inspiraba valentía.

Isaías, tocando la cabeza de su hijo, comprendió que no importaba de cuán gruñón uno se sintiera, el amor podía transformar a cualquier dragón en un héroe.

Con ese pensamiento, Isaías decidió que aunque se sintiera cansado, cada vez que Hesed extendiera esos brazos, él siempre estaría dispuesto a abrazarlo, a jugar y a dejarse llevar por esa pequeña gran fuerza que era el amor.

Desde entonces, el papá gruñón aprendió que ser un héroe no siempre significaba tener una gran capa; a menudo, solo requería de un poco de tiempo, paciencia y el amor incondicional de un pequeño que lo miraba con esos ojos brillantes. Y así, cada día, más hijos y padres en el mundo aprendieron que el amor puede desvanecer los gruñidos más profundos, convirtiendo cada día en una nueva aventura.

Y así terminó la historia de Isaías, un papá que dejó de gruñir y comenzó a jugar, todo gracias a su pequeño héroe, Hesed.

FIN.

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