El Papel Regalo Mágico
Había una vez, en un pequeño pueblo lleno de luces y sonrisas, un brillante papel regalo llamado Brillito. Era un papel de colores resplandecientes que reflejaba la luz del sol y hacía que cada regalo se viera aún más especial. Todos los habitantes del pueblo deseaban envolver sus regalos con él, especialmente durante la época de Navidad, cuando la alegría llenaba el aire.
Brillito era muy feliz al ver cómo iluminaba los rostros de quienes lo elegían. Cada vez que se envolvía un regalo, Brillito sentía que cumplía su misión. Sin embargo, había un pequeño problema...
Los niños del pueblo, especialmente los más traviesos, tenían una costumbre: cada vez que veían un regalo envuelto con Brillito, no podían resistirse a abrirlo rápidamente, tirando el papel al suelo.
"¡Mirá, mirá! ¡Un regalo brillante!" -exclamó Sofía, una niña de rizos dorados, mientras señalaba un pésimo paquete en la tienda.
"¡Vamos a abrirlo ya!" -gritó su amigo Mateo, con una sonrisa de oreja a oreja.
Así, con sus manitas ansiosas, Sofía y Mateo se lanzaban sobre el regalo, destrozando el papel brillante en mil pedazos. Pero lo que los niños no sabían era que Brillito no se sentiría molesto por esto, al contrario, él quería aprender a disfrutar de la Navidad como lo hacían ellos.
Una tarde, mientras yacía en la basura con los otros papeles arrugados, Brillito escuchó a dos ancianos conversando:
"Es increíble cómo los niños pueden alegrar la Navidad, pero ojalá aprendieran a cuidar las cosas buenas" -dijo la abuelita Clara, suspirando.
"Sí, el brillo de la Navidad está en la sorpresa, pero también en el respeto por lo que reciben" -respondió el abuelo Daniel.
Brillito hizo un profundo suspiro. Decidió que debía hacer algo. Esa noche, mientras todos dormían, se llenó de valor y comenzó a brillar aún más intensamente.
Al día siguiente, al amanecer, todos los niños del pueblo despertaron y se encontraron con un espectáculo indescriptible: ¡todos los regalos envueltos con Brillito habían cobrado vida!
Los juguetes comenzaron a saltar y a bailar por toda la plaza. Sofía y Mateo asomaron la cabeza por la ventana y gritaron:
"¡Mamá, papá! ¡Los regalos están vivos!"
Todos los niños corrieron hacia la plaza, maravillados por el espectáculo. Los juguetes, mientras daban vueltas y sonrisas, hablaban entre sí:
"¡Vamos a enseñarles a cuidar el brillo de la Navidad!" -dijo un muñequito con un sombrero de copa.
Los pequeños quedaron fascinados. Brillito se acercó y dijo:
"Yo soy Brillito, el papel regalo. Cuando me rompen, pierdo mi brillo, pero puedo brillar más si cuidan de mí. La Navidad se trata de compartir la felicidad, pero también de cuidar lo que amamos".
Los niños lo miraron atentamente, y Sofía levantó la mano.
"¡Prometemos cuidar de ti y de los regalos!" -gritó con entusiasmo.
"Sí, sí! ¡Queremos aprender!" -añadió Mateo, sus ojos brillando de emoción.
Así, desde aquel día, cada vez que los niños abrían un regalo, lo hacían con cuidado y amor, y asegurándose de que Brillito siguiera brillante y feliz. Aprendieron que la magia de la Navidad no solo se encontraba en los regalos, sino en cómo los cuidaban y compartían con los demás.
Y así fue como el brillante papel regalo no solo volvió a brillar en Navidad, sino que también ayudó a toda la comunidad a entender el verdadero significado de compartir y cuidar.
Y Brillito, por supuesto, se sintió el papel más feliz del mundo, haciendo que cada Navidad fuera tan especial como un destello de luz en el corazón de todos.
FIN.