El Paraíso de Jacinta
En el pequeño y frío pueblo al sur de Bassa, Jacinta despertaba con el primer rayo de sol, lista para comenzar el día. Su baja estatura contrastaba con su largo cabello rizado y su piel oscura, mientras sus ojos chispeantes reflejaban su amor por el trabajo. Jacinta tenía un jardín lleno de flores de colores vibrantes, donde pasaba horas cuidándolo como si fuera un tesoro. Los vecinos la llamaban 'la gardenera feliz', porque siempre sonreía mientras regaba sus plantas.
Un día, mientras Jacinta estaba en su jardín, escuchó un piano que tocaba una melodía triste. Intrigada, decidió seguir el sonido. Al llegar a la plaza del pueblo, se encontró con Mateo, un niño de su clase que parecía triste sentado al lado de un viejo piano.
"¿Por qué no tocas más?", le preguntó Jacinta.
"No tengo ganas. Siempre me sale igual. Mis dedos no me obedecen y me siento frustrado", respondió Mateo con un suspiro.
Jacinta pensó en cómo el jardín florecía cuando lo cuidaba y se le ocurrió una idea.
"Mateo, ¿qué te parece si hacemos un trato? Yo te ayudo a cuidar tu música y tú me ayudas a cuidar mi jardín. Así, juntos podemos mejorar", le propuso con una sonrisa.
Mateo, aunque dudoso, aceptó la propuesta. Así comenzaron sus tardes juntos: Jacinta le enseñaba a Mateo cómo tocar el piano, mientras él le ayudaba a regar las plantas y a plantar nuevas semillas en su jardín.
Un día, mientras ensayaban, Jacinta notó que las flores del jardín parecían florecer más que nunca.
"¡Mirá, Mateo! ¡Las flores están tan felices como nosotros! Se llenaron de colores", exclamó Jacinta.
Pero el tiempo pasaba, y aunque Mateo lo intentaba, aún sentía que no podía tocar como deseaba. La frustración comenzó a apoderarse de él nuevamente.
"Jacinta, creo que nunca aprenderé a tocar bien. Tal vez debería dejarlo", dijo Mateo bajando la cabeza.
Jacinta recordó cómo las flores habían crecido poco a poco, cada una a su tiempo.
"Pero, Mateo, las flores no se rinden. Crecen cuando las cuidamos, y tú eres como ellas. Necesitas tiempo y paciencia. Cada vez que tocas, te acercas un poco más a lo que quieres ser", le animó Jacinta.
Mateo se sintió un poco más animado y decidió que seguiría intentando. Con el apoyo de Jacinta, las semanas pasaron y su habilidad musical comenzó a mejorar, así como la belleza del jardín de Jacinta.
Finalmente, llegó el día del festival de primavera en el pueblo, donde todos los niños podían mostrar sus talentos.
"Jacinta, tengo miedo. ¿Qué pasa si sigo tocando mal?", dijo Mateo nervioso.
"Lo importante es que lo hagas con alegría. La música, como las flores, necesita ser compartida. ¡Dejá que tu corazón hable!", respondió ella con convicción.
Cuando llegó su turno, Mateo subió al escenario con el piano y, al ver a Jacinta sonriéndole desde el público, respiró hondo y comenzó a tocar. Notas bellas y sinceras llenaron el aire, y aunque no era perfecto, la alegría de tocar se reflejaba en su rostro.
Al finalizar, la gente aplaudió con entusiasmo y Jacinta gritó desde el fondo:
"¡Bravo, Mateo! ¡Lo hiciste increíble!".
Mateo sonrió de oreja a oreja, sintiendo que había superado su miedo. En ese instante, se dio cuenta de que había aprendido no solo a tocar, sino también a disfrutar del proceso y a confiar en sí mismo.
Después del festival, Jacinta y Mateo decidieron hacer un espectáculo juntos en el jardín, combinando música y flores. Así, en cada primavera, el pueblo visitaba su rincón mágico, donde disfrutaban de melodías y colores, recordando que ser parte del viaje es lo que realmente importa.
FIN.