El Parque de la Amistad


Había una vez una niña llamada Amaia, que vivía con sus abuelos en un pequeño pueblo. Amaia era muy feliz, pero siempre había deseado tener un perro como compañero de juegos.

Un día, mientras paseaba por el parque del pueblo con sus abuelos, vio a un cachorro abandonado cerca de un árbol. Amaia se acercó cautelosamente y notó que el cachorro parecía triste y desamparado.

Amaia no pudo resistirse a la ternura del cachorro y decidió llevárselo a casa. Sus abuelos también estaban emocionados por la llegada del nuevo miembro de la familia. Juntos, decidieron llamar al cachorro —"Feliz" . Desde ese momento, Feliz se convirtió en el mejor amigo de Amaia.

Juntos exploraban cada rincón del pueblo y disfrutaban de largas caminatas por el parque. La alegría de tener a Feliz en su vida llenaba el corazón de Amaia.

Un día, mientras jugaban en el parque, Amaia notó que Feliz estaba inquieto y olfateaba algo extraño en los arbustos cercanos. Curiosa como siempre, decidió seguirlo para descubrir qué había allí. Para su sorpresa, encontraron a unos ancianitos sentados bajo los árboles del parque. Parecían solitarios y tristes.

Sin pensarlo dos veces, Amaia se acercó lentamente hacia ellos junto a Feliz. - Hola - dijo tímidamente Amaia -, ¿están bien? Los ancianitos miraron sorprendidos a la niña y su perro. No estaban acostumbrados a que alguien se preocupara por ellos.

- Sí, estamos bien, pero nos sentimos un poco solos - respondió uno de los ancianitos. Amaia sonrió y les preguntó si querían jugar con Feliz.

Los ancianitos aceptaron encantados y pronto comenzaron a reírse mientras el cachorro correteaba alrededor de ellos. Desde ese día, Amaia visitaba regularmente el parque con Feliz para encontrarse con los ancianitos. Juntos compartían historias, canciones y risas. El parque se llenó de alegría y amistad.

Un día, Amaia tuvo una idea maravillosa: organizar un picnic en el parque para todos sus amigos del pueblo. Con la ayuda de sus abuelos, prepararon sándwiches, galletitas y jugo para compartir. El día del picnic llegó y el parque estaba lleno de gente feliz.

Niños jugando con Feliz, ancianitos contando historias divertidas y padres disfrutando del hermoso ambiente familiar. Amaia se sentía orgullosa al ver cómo su pequeño gesto había traído tanta felicidad a todos.

Se dio cuenta de que no solo había cambiado la vida de Feliz sino también la suya propia. Desde aquel día en adelante, Amaia continuó visitando el parque con Feliz y manteniendo viva la amistad entre niños y ancianos.

Juntos demostraron que la felicidad está en las pequeñas cosas y que siempre hay espacio para hacer nuevos amigos sin importar la edad.

Y así fue como Amaia aprendió que un simple acto de bondad puede cambiar vidas y convertir un parque en un lugar lleno de amor y alegría para todos.

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