El Parque de los Colores
Érase una vez un vibrante parque lleno de juegos de diferentes colores. En este parque, los niños del vecindario pasaban horas jugando y riendo. Había un columpio azul que se mecían suavemente con la brisa, un tobogán rojo brillante que daba una gran emoción al deslizarse, y un sube y baja amarillo que sobresaltaba con la risa de los chicos.
Un día, mientras jugaban, se acercaron dos nuevos niños: Sofía, que tenía una enorme sonrisa y un peinado de trencitas, y Mateo, que era un poco más tímido y siempre llevaba su gorra verde.
"Hola, soy Sofía. ¿Puedo jugar con ustedes?" - preguntó llena de entusiasmo.
"¡Claro! Aquí siempre hay lugar para más!" - respondió Lucas, un niño con energía inagotable.
Mateo observó desde un costado, dudando si unirse o no. Sofía lo animó.
"¡Vamos, no te quedes ahí! El columpio azul te está llamando!" - exclamó. Mateo sonrió tímidamente y se acercó.
Al principio, los tres jugaron en los columpios, compitiendo para ver quién podía columpiarse más alto. Todos disfrutaron mucho, pero al poco tiempo, algo extraño sucedió. El columpio azul empezó a chirriar y se detuvo. Todos se miraron, confundidos.
"¿Qué pasó?" - preguntó Mateo.
"No lo sé, pero ahora no podemos jugaar más en él" - dijo Lucas.
Sofía miró el columpio y luego a sus nuevos amigos.
"¿Y si lo arreglamos? Quizás podamos hacer algo juntos para que funcione de nuevo!" - propuso con entusiasmo.
Todos miraron a Sofía, sorprendidos por su propuesta.
"Pero no sabemos cómo arreglarlo" - dijo Mateo, un poco asustado ante la idea.
"No importa. Podemos averiguarlo. Seguro que hay algo que podemos hacer!" - respondió Sofía.
Así que, decidieron convertirse en pequeños inventores. Lucas sugirió buscar herramientas en casa.
"Podemos pedirle a nuestros papás unas pinzas y un destornillador. Tal vez también necesitemos un poco de aceite" - agregó.
Los niños comenzaron a hacer una lista de lo que necesitaban. En el transcurso del día, aprendieron a trabajar juntos. Sofía estaba muy entusiasmada, y le explicó a Mateo cómo podía pedirle ayuda a su papá.
"¡Podés decirle: ‘Papá, necesito su ayuda para arreglar el columpio del parque! ’" - dijo.
Mateo asintió, sintiéndose más decidido. Al final del día, los tres niños regresaron a sus casas prometiendo que se verían al día siguiente.
Cuando se reunieron de nuevo, Mateo llevó un pequeño kit de herramientas que su papá le había prestado. Sofía llegó con un botellón de aceite y Lucas trajo algunas cintas adhesivas.
"¡Veamos qué podemos hacer!" - exclamó Lucas emocionado.
Juntos comenzaron a trabajar. Mientras Mateo y Lucas sostenían el columpio, Sofía destornilló los tornillos. Aunque al principio fue un poco complicado y hubo momentos de frustración, cada uno alcanzó a comprender su papel.
Después de un rato de trabajo, el columpio finalmente lucía mejor. Sofía puso un poco de aceite, y, con mucha emoción, los tres decidieron probarlo.
"¡A la cuenta de tres!" - dijo Lucas "Uno, dos, tres… ¡Vamos!" - Y cada uno se subió al columpio.
El columpio azul chirrió un poco, pero funcionó perfectamente. Los tres niños comenzaron a reírse y a disfrutar nuevamente del juego.
"¡Lo logramos! Ahora podemos jugar a gusto y por mucho tiempo" - dijo Mateo, sintiéndose orgulloso.
Así pasó el tiempo, los niños se hicieron más amigos y aprendieron que trabajando juntos podían superar cualquier obstáculo. Insistieron en seguir mejorando el parque de los colores, y cada vez había algo nuevo que inventar o arreglar.
A medida que pasaban los días, el parque se transformó no solo en su lugar de juego, sino en un espacio lleno de creatividad y aventuras. Los adultos del vecindario comenzaron también a unirse y juntos llevaron a cabo mejoras en el parque, pintando los juegos y plantando flores.
Al final, el parque de los colores no era solo un lugar donde los niños jugaban, sino un símbolo de amistad, trabajo en equipo, y el poder de la colaboración entre grandes y chicos. Eso hizo a Sofía, Mateo y Lucas despertar cada mañana deseando descubrir qué maravilla inventarían juntos hoy.
FIN.