El Parque de los Sueños



Era un día soleado en el parque. Los pájaros cantaban y los niños jugaban felices en los columpios y toboganes. Sin embargo, en un rincón del parque, había un niño llamado Mateo que lloraba desconsoladamente.

- ¡Mamá, no quiero volver a casa! - gritó Mateo mientras las lágrimas rodaban por su rostro.

Su mamá, una mujer amable, se acercó a él y le acarició el cabello.

- Mateo, ¿qué te pasa? - le preguntó con ternura.

- No tengo con quién jugar. Todos mis amigos están en otros juegos y yo no sé jugar solo - respondió él sollozando.

La mamá de Mateo miró a su alrededor y vio a un grupo de niños jugando a la pelota. Decidió intentar ayudar a su hijo.

- Yo creo que podrías unirte a ellos. ¿Por qué no les pides jugar un rato? - sugirió.

- No puedo, tengo miedo de que me digan que no - contestó Mateo, secándose las lágrimas con la manga.

Para animarlo, la mamá decidió hacer algo diferente. Le dijo:

- ¿Sabés qué? Vamos a jugar un juego. Cuando yo cuente hasta tres, tenés que correr hacia esos chicos y les vas a pedir unirte. Si te dicen que no, no te preocupes. ¡Sólo vuelve y lo intentamos otra vez! ¿Qué te parece?

Mateo dudó, pero asintió con la cabeza. La mamá sonrió y comenzó a contar:

- Uno… dos… tres… ¡corré!

Mateo sintió una mezcla de miedo y emoción mientras corría hacia el grupo de niños. Se detuvo frente a ellos y, con voz temblorosa, les dijo:

- ¿Puedo jugar con ustedes?

Los niños lo miraron y uno de ellos, de pelo rizado y carita sonriente, le dijo:

- ¡Claro! ¡Vení, somos un montón! ¡Estaba pensando en que necesitábamos un jugador más!

Mateo parpadeó, sorprendido. No podía creerlo. Se unió al juego y, poco a poco, el miedo desapareció. Chocaban el balón y reían juntos. Mateo se olvidó de las lágrimas y empezó a disfrutar del momento.

Pasaron algunas horas, y mientras el sol comenzaba a ocultarse, Mateo se sintió cansado pero muy feliz. Era el momento de despedirse de sus nuevos amigos.

- ¡Gracias por jugar conmigo! - les dijo con una sonrisa radiante.

- ¡Volvé mañana! - exclamó el niño de pelo rizado.

Mateo, emocionado, regresó con su mamá.

- ¿Ves? Tuvo mucho sentido intentarlo - le dijo ella.

- Sí, mamá. Nunca pensé que podía ser tan divertido - respondió Mateo, con ojos brillantes.

Desde ese día, Mateo siempre recordaba que, aunque a veces es difícil dar el primer paso, las oportunidades pueden llevar a momentos maravillosos.

Así, se convirtió en un habitual del parque, siempre listo para conocer y hacer nuevos amigos. Y, cuando había otra vez un niño sentado llorando, Mateo se acercaba y lo invitaba a jugar, porque sabía que dentro de cada lágrima hay una oportunidad para reír.

FIN.

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