El partido de los sueños



Era una hermosa tarde de otoño en el barrio. El sol brillaba y una suave brisa movía las hojas de los árboles. Eduardo y Juan, dos amigos inseparables, se habían reunido con todos sus amigos para jugar un partido de fútbol en el parque. La emoción se sentía en el aire.

"¡Vamos, chicos! ¡Que se arme el partido!" - gritó Eduardo mientras acomodaba su camiseta del equipo.

"Sí, pero esta vez, ¿quién va a ser el árbitro?" - preguntó Juan, rascándose la cabeza.

Los amigos miraron hacia un lado, donde un perro jugando con una pelota parecía muy interesado en la actividad. Todos rieron y decidieron que el perro sería el árbitro, quien no haría trampa pero tampoco tendría idea de las reglas del fútbol.

El partido comenzó y los chicos correteaban por el campo, riendo y disfrutando de la competencia. Eduardo tenía un buen dribbling y Juan era rápido, pero el equipo contrario también era fuerte. Era un partido parejo. Todos soñaban con hacer el gol de la victoria.

"¡Vamos, Juan! ¡Tirate!" - le gritó uno de los amigos mientras Juan intentaba alcanzar la pelota. Pero, de repente, ¡PUM! Una pelota llegó volando desde el lado de la cancha en el lugar más inesperado.

"¡Cuidado!" - exclamó Eduardo y todos se echaron a reír. El perro árbitro se quedó mirando la pelota, como si pensara en qué hacer, y terminó corriendo tras ella.

"¿Y si hacemos equipos nuevos?" - sugirió uno de los chicos mientras intentaban recuperar el enfoque del juego después de los alborotos.

"¡Buena idea!" - contestó Juan, y todos coincidieron, pues les parecía justo. Así que se dividieron en nuevos equipos, intentando equilibrar las habilidades.

El partido continuó y la diversión estaba asegurada. Pero a medida que pasaba el tiempo, algunos chicos comenzaron a frustrarse por no poder anotar goles. Se escucharon murmuros como:

"No podemos hacerlo, somos un desastre..."

"Siempre perdemos..."

Eduardo, que siempre había sido un buen motivador, decidió hablar con su equipo.

"Escuchen, no se trata solo de ganar, se trata de jugar juntos, divertirnos y aprender. Cada vez que caemos, nos levantamos más fuertes. ¡Vamos a intentar hacerlo unidos!"

Sus palabras encendieron una chispa de esperanza entre sus amigos. Todos comenzaron a pasar la pelota más y a comunicarse mejor. Y fue así como, tras algunos intentos más, lograron hacer una jugada espectacular.

"¡Ya va Juan!" - gritó Eduardo mientras le pasaba la pelota. Juan corrió hacia la portería y, con un toque preciso, ¡la pelota fue a dar justo en el arco!"¡Gol!" - gritaron a coro, abrazándose entre todos con mucha alegría.

"¡No importa si ganamos o perdemos! Esta fue la mejor jugada que hemos hecho!" - dijo Juan, radiante de felicidad.

Sin embargo, el partido aún no había terminado. El equipo contrario no se dio por vencido y, con mucho esfuerzo, alcanzaron un gol de empate. Pero antes de que pudieran sentir presión, Eduardo soberano de calma, gritó:

"Chicos, esto es solo un juego. Sigamos disfrutando, sin importar el resultado”.

Y así lo hicieron. Al final, el partido terminó en empate, pero todos se sentían vencedores. Habían aprendido la importancia de trabajar en equipo, apoyarse mutuamente incluso cuando las cosas se ponían difíciles, y sobre todo, divertirse.

"¿Hacemos otro partido la semana que viene?" - preguntó Juan entusiasmado, mientras sus amigos asentían con sonrisas enormes.

"¡Sí! Pero la próxima vez, ¡yo quiero ser el árbitro!" - dijo el perro, ladrando como si entendiera.

Los chicos estallaron en risas y, al final del día, se fueron a sus casas con el corazón lleno de alegría, habiendo compartido momentos inolvidables en el campo de juego.

Así, Eduardo, Juan y sus amigos aprendieron que lo más importante de un juego no era solo ganar, sino disfrutar del tiempo juntos y apoyarse unos a otros para alcanzar sus sueños, sin importar cuán grandes fueran.

FIN.

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