El parto en la granja
Claudia estaba muy emocionada porque su tío le había invitado a pasar el fin de semana en la granja. Era una oportunidad única para conocer a los animales y aprender más sobre la vida en el campo.
Pero lo que más ilusión le hacía era poder llevarse a su amigo inseparable, Pedro, un cerdito que había rescatado de un matadero y al que había criado con mucho amor.
-¡Vamos, Pedro! ¡Nos vamos a la granja! -exclamó Claudia mientras cargaba al cerdo en sus brazos. Pedro gruñó contento y se dejó llevar por su amiga hacia el coche. Durante el trayecto, Claudia no paraba de hablarle al chancho sobre todas las aventuras que les esperaban en la granja.
-Al llegar nos van a dar una cesta con zanahorias y manzanas para alimentar a los conejos, gallinas y patos -explicó Claudia-. Y luego vamos a pasear por el campo para ver cómo pastan las vacas y caballos.
Pedro asintió emocionado, aunque no entendía del todo qué significaban esas palabras. Él sólo sabía que iba a estar con su amiga y eso era lo único importante.
Al llegar a la granja, Claudia fue recibida por su tío quien les mostró cada rincón del lugar. Los dos amigos se divertían corriendo detrás de las gallinas e intentando atrapar mariposas entre los campos floridos.
De repente, escucharon unos gritos desesperados desde uno de los establos:-¡Ayuda! ¡La vaca está teniendo dificultades para dar a luz! Claudia no dudó un segundo en ofrecerse para ayudar. Su tío le explicó que la vaca estaba teniendo un parto difícil y necesitaba ayuda para sacar al ternero.
-¿Puedo ayudarte, tío? -preguntó Claudia con determinación. -Sí, pero debes tener mucho cuidado -respondió su tío-. Vamos a trabajar juntos para sacar al ternero sin lastimar a la madre.
Claudia se puso unos guantes de látex y comenzó a seguir las instrucciones de su tío. Con paciencia y delicadeza, lograron salvar al ternero y devolverlo a los brazos de su madre. Pedro había observado todo el proceso con atención e incluso había intentado ayudar moviendo el rabo.
Claudia lo abrazó con cariño mientras le decía:-¡Lo hicimos! ¡Salvamos una vida! ¿No es increíble? Pedro gruñó feliz mientras lamía la mano de su amiga en señal de gratitud.
Esa noche, cuando se acostaron en la cama del granero, Claudia miraba las estrellas mientras Pedro dormía plácidamente a su lado. Habían vivido una experiencia intensa pero maravillosa juntos. Se dio cuenta entonces que no importaba si eras grande o pequeño, todos podían hacer algo importante por los demás.
-Gracias por acompañarme hoy, Pedro -dijo Claudia susurrando-. Me has enseñado que no hay nada más valioso que compartir nuestras aventuras con aquellos que queremos. Pedro abrió un ojo y sonrió antes de cerrarlo otra vez.
Sabía que esa era la mejor recompensa por ser el amigo fiel de Claudia.
FIN.