El Paseo de los Colores
Era un día soleado en el parque de la ciudad y un grupo de niños se había reunido para una actividad especial: pintar un paisaje con plastilina. Estaban entusiasmados por ver cómo las formas y colores podían dar vida a un mundo imaginario.
"Yo quiero hacer un sol bien grande y amarillo", dijo Sofía con los ojos brillantes mientras comenzaba a amasar su plastilina dorada.
"Y yo haré un lago azul, con un barco en el medio", comentó Tomás, estirando su plastilina en forma de oleaje.
"Yo voy a poner árboles llenos de flores", agregó Lucía y empezó a mezclar colores púrpura y rosa.
Al principio todo parecía marchar bien; los niños se reían y compartían sus ideas. Pero cuando se trató de unir las partes, comenzaron a notar un problema.
"¿Cómo vamos a hacer que el sol y el lago encajen?", se preguntó Tomás mientras observaba que el reflejo del sol no podía pegarse con el azul del agua.
"Quizás podríamos hacer un arcoíris que conecte los dos", sugirió Sofía, entusiasmada por el nuevo desafío.
Con esa idea en mente, se pusieron a trabajar juntos. Luces brillantes de plastilina empezaron a tomar forma en el cielo, y al mismo tiempo, dieron vida a un lago con peces de todos los colores. Pero cuando creían que ya lo tenían todo, se dieron cuenta de que algo faltaba.
"No hay caminos para llegar al lago", dijo Lucía, mirando con preocupación la obra.
"Podemos hacer un sendero de piedras", exclamó Tomás, moviéndose rápidamente para crear pequeñas rocas con la plastilina gris.
Así, entre risas y algo de barro, al final lograron unir todos los elementos en una obra maestra. Un bosquecito aquí y un camino allá, el sol brillando y el lago reflejando colores vibrantes. Estaban tan orgullosos de su creación.
Pero en el último momento, un fuerte viento comenzó a soplar, y una gran rama se quedó atrapada en la estructura de plastilina. Algunos detalles comenzaron a caerse.
"Oh no, ¡se destruirá todo!", gritó Sofía asustada.
Lloraron un poco, pero enseguida Lucía dijo:
"No podemos rendirnos. ¡Podemos arreglarlo!".
Se dieron cuenta de que cada caída era una oportunidad de mejorar su obra. Juntos comenzaron a añadir detalles nuevos: una nube blanca aquí, un pez saltando ahí. Lo que al principio parecía un desastre, se transformó en algo aún más hermoso.
Finalmente, decidieron darle un nombre a su obra: "El Paseo de los Colores". Se dieron cuenta de que trabajando en equipo y siendo creativos, cada obstáculo se podía convertir en algo genial.
Cuando terminaron, pasaron un momento mirando lo que habían creado.
"Miren qué lindo todo junto", dijo Sofía.
"¡Es un verdadero paisaje de aventuras!", añadió Tomás.
Y mientras observaban su obra, comprendieron que a veces, las cosas no se salen como uno espera, pero siempre se puede encontrar una solución. Al final, la verdadera belleza está en el proceso de crear.
Se despidieron del parque, tomados de la mano, sintiéndose felices de haber convertido un simple día en una gran aventura.
FIN.