El Paseo de Martín y los 5 Pesos Mágicos



Era un día soleado y Martín, un niño curioso de ocho años, decidió que era el momento perfecto para ir a la tienda. Había estado soñando con una pelota de colores muy brillante que había visto el día anterior. Su corazón latía de emoción solo de pensar en jugar con ella en el parque.

Cuando llegó a la tienda, miró la pelota en la vitrina y su sonrisa se fue apagando al recordar que solo tenía 15 pesos. "Mmm, necesito 5 pesos más para comprarla"-, se dijo a sí mismo, con un suspiro.

No quería decepcionarse, así que decidió dar una vuelta por el barrio y buscar alguna forma de conseguir los 5 pesos que le faltaban. Mientras caminaba por la vereda, vio algo brillante en el suelo.

"¿Qué es eso?"-, pensó mientras se agachaba. Para su sorpresa, encontró una moneda de 5 pesos. "¡Increíble! ¡Son los 5 pesos que necesitaba!"- exclamó, saltando de alegría.

Con los 20 pesos en el bolsillo, Martín regresó a la tienda con una gran sonrisa. "Hola, señor de la tienda, ¡quiero comprar la pelota de colores!"-, dijo con entusiasmo.

El dueño sonrió y le entregó la pelota envuelta en papel celofán. Martín la tomó con ambas manos y sintió que la felicidad le llenaba el pecho. Pero, justo cuando estaba por salir, un niño entró corriendo, con lágrimas en los ojos.

"¡No puedo encontrar mi pelota!"- gritaba el niño.

Martín sintió un nudo en la garganta. Sus pensamientos se llenaron de dudas. Al mirar su nueva pelota, recordó cómo había querido tenerla. Pero también recordó la presión y los valores que su mamá le había enseñado sobre la generosidad.

"¿Sabés qué?"-, le dijo Martín al niño, "Quiero que tengás esta pelota"-.

Los ojos del niño se iluminaron. "¿En serio?"- preguntó asombrado.

"Sí, la encontraste primero. Creo que te pertenece"- respondió Martín, con una sonrisa cálida. El niño, tocado por el gesto, se abalanzó sobre él y lo abrazó.

"¡Gracias, Martín! Prometo cuidarla mucho"- dijo, mientras sus lágrimas se convirtieron en risas.

Martín salió de la tienda con el corazón aún más lleno que antes. En lugar de una pelota, había ganado un nuevo amigo. Mientras caminaba de regreso a casa, se dio cuenta de que a veces, compartir lo que tenemos puede ser más gratificante que obtener solo para uno mismo.

Al llegar a su casa, su mamá lo recibió con una pregunta: "¿Y la pelota que compraste, Martín?"-

"No la compré, mamá. Le di la oportunidad a otro niño que la necesitaba más"-. Su mamá sonrió y le acarició la cabeza, "Te has convertido en un niño muy generoso, Martín. Recuerda siempre que ayudar a los demás te hará sentir una alegría especial"-.

Y así, Martín aprendió que a veces, los verdaderos tesoros no son aquellos que compramos, sino aquellos que compartimos y las sonrisas que logramos generar en los demás.

FIN.

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