El Paseo del Perdón
Érase una vez, en un barrio lleno de árboles frondosos y flores de mil colores, vivían dos amigos inseparables: Tomás e Isabela. A ellos les encantaba salir a pasear por su casa, disfrutar del aire fresco y descubrir cosas nuevas en su vecindario.
Un día soleado, decidieron hacer una de sus caminatas habituales. "Hoy vamos a explorar el parque al final de la calle", dijo Isabela con una sonrisa. Tomás asintió con entusiasmo. "Me encanta esa idea, vamos!"
Mientras caminaban, se reían y compartían historias divertidas. Sin embargo, cuando llegaron al parque, las cosas tomaron un giro inesperado. Ambos querían jugar diferentes juegos. "Yo quiero usar el columpio primero", dijo Tomás.
"Pero yo quería ir en el columpio!" protestó Isabela, frunciendo el ceño.
La tensión creció y, en cuestión de segundos, comenzaron a discutir. "No siempre tenés que ser la primera en todo, Tomás!", gritó Isabela.
"Y vos no podés decidir siempre lo que hacemos", respondió Tomás, sintiéndose frustrado.
Ambos se quedaron callados, sin saber qué hacer. Decidieron dar un paseo cada uno por separado, intentando calmarse. Mientras caminaba por el parque, Isabela vio un árbol hermoso, con flores de un violeta brillante. "¡Mirá qué lindo es ese árbol!" pensó, pero ni siquiera tenía ganas de compartirlo con Tomás.
Del otro lado del parque, Tomás miró un grupo de niños que jugaban a la pelota. Se dio cuenta de que realmente extrañaba a Isabela. "¡Qué tonto fui!" se dijo a sí mismo.
Después de unos minutos, ambos se encontraron en el mismo punto del parque. Miraron la cara del otro y, en lugar de enojarse, sus expresiones se suavizaron.
"Lo siento, Isabela, no debí haber gritado", dijo Tomás. "Yo también lo siento, Tomás. Solo quería divertirme y me frustré por no poder usar el columpio primero."
Ambos se rieron de la situación. "Este parque es enorme, podemos jugar juntos y turnarnos en el columpio", sugirió Isabela.
Tomás sonrió. "Esa es una excelente idea. Además, también podemos jugar a la pelota después."
Desde ese día, Tomás e Isabela aprendieron que no importa cuán enfadados estén, siempre hay espacio para el perdón y la gratitud. A veces, todo lo que se necesita es un poco de comunicación para resolver los conflictos.
Y así, cada vez que salían a pasear por su casa, recordaban lo valioso que era tenerse el uno al otro y disfrutar de su amistad. Con el tiempo, incluso hicieron un juego nuevo: cuando empezaban a discutir, se detenían un momento y buscaban algo bonito a su alrededor y lo compartían. Eso les recordaba las maravillas del mundo que los rodeaba y hacía que sus corazones se llenaran de gratitud por tenerse el uno al otro.
Y así, Tomás e Isabela siguieron explorando su barrio, aprendiendo más sobre la amistad y el poder del perdón en cada aventura que vivían juntos.
FIN.