El Paseo Eterno de Emilito



Era una mañana soleada en la ciudad de Buenos Aires cuando Emilito se despertó y notó algo diferente. Al mirar por la ventana, vio que los árboles del parque parecían más verdes que nunca, y las flores brillaban con colores vibrantes por el rocío de la mañana. Pero lo más sorprendente fue lo que le ocurrió al mirar su propio reflejo en el espejo.

Su cara estaba igual, pero había algo en sus ojos que nunca había visto antes. Eran dos espejos que reflejaban no solo su imagen, sino también una extraña energía.

Esa mañana, Emilito descubrió que era inmortal. No podía entender cómo había pasado eso, así que decidió ir al parque a pensar y, tal vez, encontrar respuestas.

"¡Hola!" - le saludó su amigo Tato, un pequeño perro de la calle que siempre andaba por allí.

"¡Hola, Tato! ¿Ves lo diferente que soy?" - dijo Emilito, mientras acariciaba la suave cabeza de su amigo.

"Sí, pero... ¿eso es bueno o malo?" - preguntó Tato, inclinando la cabeza con curiosidad.

"Buena pregunta. No lo sé. Pero puedo hacer muchas cosas increíbles ahora, como saltar más alto o correr más rápido... ¡Y no sé si me voy a cansar!" - exclamó Emilito emocionado.

Juntos decidieron explorar las maravillas que la inmortalidad les ofrecía. Emilito empezó a saltar tan alto que podía tocar las nubes, mientras Tato corría tras él tratando de alcanzarlo. Pero pronto, la alegría se convirtió en preocupación. No importaba cuántas veces saltara, Emilito nunca se cansaba, lo que significaba que no podía detenerse.

"Emilito, quizás deberías descansar un poco. Lo bueno también puede volverse complicado si no se sabe manejar" - aconsejó Tato mientras se tumbaba en el césped.

"Pero tengo energía infinita, Tato. ¡Quiero hacer todo!" - respondió Emilito, sintiendo que el mundo entero estaba a sus pies.

Sin embargo, a medida que pasaban los días, Emilito se dio cuenta de que ser inmortal no solo significaba tener energía, sino que también implicaba vivir situaciones que no siempre eran divertidas. Se visitó a sí mismo en sus amigos y a otros niños y vio cómo crecía la distancia.

Un día, decidió hacer una gran fiesta para todos sus amigos, esperando que les gustara y que eso les hiciera volver a compartir juntos. Preparó globos, tortas y juegos, pero para su sorpresa, solo llegaron unos pocos. Él se sintió triste, y lo que era aún más extraño, no podía sentir la alegría de esos momentos.

"¿Qué me está pasando?" - preguntó Emilito, mientras se sentaba en un rincón con Tato.

"Quizás se necesita un equilibrio, Emilito. La vida no es solo correr o saltar, también es compartir y disfrutar con los demás" - le dijo Tato con sabiduría.

Así que Emilito decidió tomarse un tiempo. Comenzó a ayudar a sus amigos, a compartir momentos sencillos en lugar de solo mostrarles lo mucho que podía hacer. Empezó a entender que la inmortalidad no solo era poder evitar el cansancio, sino que era vivir experiencias significativas junto a quienes amaba.

Con el tiempo, sus amigos volvieron, no por lo que Emilito podía hacer, sino por la verdadera amistad que compartían. El parque se llenó de risas y juegos, pero esta vez, Emilito aprendió a disfrutar de cada instante.

"Gracias, Tato. Quizás ser inmortal tenga sus ventajas, pero disfrutar de la vida con amigos es la verdadera maravilla" - le dijo Emilito, mientras miraba a su alrededor y sonreía.

Desde entonces, Emilito entendió que lo que realmente importa no es cuánta energía tengamos o cuán alto podamos saltar, sino cómo elegimos vivir nuestras vidas y las conexiones que hacemos en el camino.

Y así, Emilito vivió infinitas aventuras, pero siempre con el corazón en su lugar y rodeado de risas, porque ser inmortal era solo una forma de entender lo que realmente necesitaba: el amor y la amistad.

FIN.

Dirección del Cuentito copiada!