El Pastel Mágico de la Abuela
Había una vez, en un pequeño pueblo rodeado de montañas verdes y ríos cristalinos, una abuelita llamada Susy que esperaba con ansias cada sábado. No solo porque le encantaba pasar tiempo con sus queridos nietos, sino porque ese día era especial. Era el día del pastel mágico.
Cada sábado, Susy invitaba a sus cuatro nietos: Tomás, la mayor, siempre responsable; Mariana, la pequeña con una imaginación desbordante; Nicolás, el inquieto que nunca paraba de hacer preguntas; y Julián, el más chiquito, que adoraba hacer reír a todos.
"¡A comer pastel, abuela!" - gritaba Julián cada sábado mientras corría hacia la cocina.
"¡Primero tenemos que hacerlo!" - respondía Susy con una sonrisa.
"¿Es verdad que el pastel tiene magia?" - preguntaba Nicolás con curiosidad.
"¡Claro, cada bocado trae alegría!" - decía la abuela en tono misterioso.
Los niños se reunían en la cocina, donde Susy tenía todos los ingredientes listos: harina, azúcar, mantequilla y los secretos de la abuela, que variaban según el día.
Esta vez, Susy había decidido que el pastel llevaría un toque especial. Sin que los niños lo supieran, había escondido varios ingredientes inusuales, como un poco de canela de su jardín e incluso un toque de miel del panal de doña Clara, la apicultora del pueblo.
"Hoy, además de alegría, vamos a poner un poco de creatividad en nuestro pastel." - dijo Susy mientras sonreía, haciendo que los niños fruncieran el ceño en confusión.
"¿Creatividad en un pastel?" - preguntó Mariana, arqueando una ceja.
"¡Sí! Vamos a decorar con lo que más nos guste!" - contestó la abuela.
Entusiasmados y un poco intrigados, los niños comenzaron a mezclar los ingredientes. Mientras batían la mezcla, Susy les contaba historias de su infancia, momentos divertidos con su propia abuela y cómo en cada pastel que hacían, iban guardando su esencia.
De repente, mientras mezclaban, el tazón comenzó a vibrar.
"¡Miren eso!" - gritó Tomás, estirando el brazo.
Y en un parpadeo, el tazón se iluminó y comenzó a burbujear.
"¡Es mágico!" - exclamó Nicolás, sus ojos brillaban con asombro.
"¡Cálmense!" - dijo Susy, intentando mantener la calma. "A veces la magia viene de la emoción de hacer algo juntos. Lo que sienten es especial."
Al final, hornearon el pastel, y mientras esperaban, los niños contaron sus propios deseos.
"Yo deseo tener muchos amigos!" - dijo Mariana.
"Yo quiero ser el mejor jugador de fútbol del mundo!" - exclamó Julián.
"Yo solo quiero saber todos los secretos de la magia!" - agregó Nicolás.
"Y yo deseo que nunca se acaben estos sábados juntos" - finalizó Tomás, con una sonrisa.
Cuando el pastel estuvo listo, la cocina se llenó de un aroma delicioso. Cortaron una porción, la decoraron con frutas y un poco de crema. Al probarlo, todos se miraron asombrados.
"¡Es el pastel más rico del mundo!" - dijo Julián contento.
"¿Ves? La magia está en compartir, en crear y en desear juntos" - dijo Susy, llena de ternura.
Pero justo cuando estaban por celebrar, un ratón travieso entró a la cocina y, sin previo aviso, se llevó una porción del pastel.
"¡Atrápalo!" - gritó Tomás, y comenzaron a correr tras el ratón, llenos de risas y gritos.
Sin embargo, el ratón, presuroso y juguetón, logró escapar por la ventana con el pastel.
"¡Qué desastre!" - comentó Mariana entre risas.
"No importa, abuela. ¡Hagamos más pastel!" - dijo Nicolás.
"Así es, mis amores. La verdadera magia no está en el pastel, sino en los momentos que compartimos juntos" - concluyó Susy con una sonrisa, y juntos comenzaron de nuevo, aprendiendo que lo más importante no era el resultado, sino la alegría de estar juntos y crear recuerdos.
Desde entonces, cada sábado no solo hacían pasteles, sino también aventuras llenas de risas, creatividad y sueños. A veces, simplemente sentándose en la cocina, recordando a aquel ratón travieso que un día se llevó su magia, pero que les enseñó que la magia más grande estaba en su amor y unión.
FIN.