El pastor y los niños


Había una vez un joven llamado Jesús que vivía en un pequeño pueblo rodeado de montañas. Desde muy pequeño, Jesús había sentido una gran pasión por las ovejas y siempre se encontraba cuidando de ellas en el campo.

Un día, mientras pastoreaba a su rebaño, notó que varios niños del pueblo lo observaban con curiosidad. Al acercarse a ellos, descubrió que querían aprender todo lo relacionado con las ovejas, desde cómo cuidarlas hasta cómo ordeñarlas.

Jesús sintió una gran vocación al ver la ilusión en los ojos de aquellos niños y decidió convertirse en su guía y protector. Así comenzó a enseñarles todo lo que sabía sobre las ovejas y juntos formaron un grupo inseparable.

Los días pasaban rápidamente mientras Jesús guiaba al grupo de niños por los prados y montañas del pueblo. Les enseñaba la importancia del amor hacia los animales y cómo debían protegerlos para asegurar su bienestar.

Un día, mientras pastoreaban cerca de un río, escucharon unos gritos desesperados provenientes del agua. Sin dudarlo ni un segundo, Jesús corrió hacia el río para ayudar a la persona que estaba en peligro.

Al llegar al lugar donde provenían los gritos, descubrieron a un anciano atrapado entre las rocas del río. Con sus habilidades como pastor y su fuerza física logró sacarlo sano y salvo del agua.

Después de ese incidente, los niños comprendieron aún más la importancia de tener alguien que les guíe y proteja como lo hacía Jesús. Desde entonces, su grupo se volvió aún más unido y fuerte. Pasaron los años y Jesús siguió guiando a aquellos niños en su camino hacia la vida adulta.

Todos ellos aprendieron importantes lecciones de amor, amistad y responsabilidad gracias a la guía de su gran protector. Finalmente, llegó el día en que cada uno debió seguir su propio camino.

Pero nunca olvidarían las enseñanzas de Jesús, quien siempre será recordado como el pastor que cuidaba no solo de sus ovejas, sino también de los niños del pueblo.

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