El pastor y su ovejita


Había una vez un pastor llamado Antonio que vivía en un pequeño pueblo de Argentina. Antonio era conocido por ser un hombre amable y cariñoso, especialmente con sus ovejas.

Tenía un rebaño muy especial, al que cuidaba con mucho amor y dedicación. Un día, mientras Antonio contaba a sus ovejas para asegurarse de que todas estuvieran presentes, se dio cuenta de que faltaba una.

El corazón del pastor se llenó de preocupación al darse cuenta de que una ovejita había desaparecido. Sin pensarlo dos veces, Antonio dejó su bastón apoyado contra el árbol más cercano y comenzó a buscar a la oveja perdida.

Caminó por los prados verdes y las colinas, llamando suavemente: "¡Ovejita! ¡Ovejita! ¿Dónde estás?". Después de caminar durante horas sin encontrar rastro alguno de la oveja perdida, Antonio comenzó a sentirse desanimado. Pero no estaba dispuesto a rendirse tan fácilmente.

Sabía que debía hacer todo lo posible para encontrarla y llevarla sana y salva nuevamente al rebaño. Decidió ir hacia el bosque cercano, donde sabía que podían haber escondites perfectos para una pequeña oveja aventurera como aquella.

Mientras avanzaba entre los árboles frondosos y escuchaba el canto melodioso de los pájaros, vio algo moverse entre los arbustos. Al acercarse cautelosamente, descubrió que era la ovejita perdida atrapada entre unas ramas espinosas.

La pobre ovejita estaba asustada y temblorosa, pero Antonio sabía que debía actuar con calma para no asustarla más. Con mucho cuidado, el pastor liberó a la ovejita de su apretado escondite. La abrazó suavemente y le susurró al oído: "Tranquila, pequeña. Estás a salvo ahora".

La ovejita se calmó al sentir el amor y la ternura en las palabras de Antonio. De regreso en el rebaño, todas las demás ovejas celebraron la llegada triunfal de su amiga perdida. Saltaban y brincaban de alegría mientras Antonio sonreía orgulloso.

Sabía que había hecho lo correcto al no rendirse hasta encontrarla. Desde aquel día, la ovejita aprendió una valiosa lección sobre la importancia de quedarse cerca del rebaño y seguir las indicaciones del pastor.

Ya no sentía curiosidad por aventurarse demasiado lejos y siempre obedecía cuando Antonio le decía qué hacer. El pastor también se dio cuenta de lo importante que era estar atento a cada una de sus ovejas.

Aprendió a contarlas dos veces antes de irse a dormir para asegurarse de que ninguna faltara. Y así, gracias a esta experiencia, tanto el pastor como sus ovejas vivieron felices y en completa armonía.

Cada vez que miraban hacia aquella colina donde habían encontrado a la oveja perdida recordaban lo valioso que es cuidar unos de otros y nunca dejar atrás a ningún ser querido.

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