El Patín Mágico de Juanito



En un pequeño pueblo llamado Villa Patín, vivía un niño llamado Juanito. A pesar de que era un niño muy feliz, siempre sentía curiosidad por el patinaje. Sus amigos, Lucas y Sofía, patinaban por la plaza todos los días y él solo los miraba desde la banca.

Un día, mientras paseaba por el mercado, Juanito vio un viejo par de patines en la tienda de antigüedades. Eran unos patines de madera, con colores alegres y una hermosa chispa que los hacía lucir especiales. Juanito no pudo resistir la tentación y decidió comprarlos con sus ahorros.

"¡Mirá lo que compré!" - exclamó Juanito mientras mostraba los patines a Lucas y Sofía.

"¿Te animás a patinar con nosotros?" - le preguntó Sofía con una sonrisa.

"¡No sé... nunca lo he hecho!" - respondió Juanito, nervioso.

"No te preocupes, todos empezamos en algún momento." - dijo Lucas "Yo puedo enseñarte."

Así que, después de mucho pensarlo, Juanito se decidió. En la plaza, se puso los patines y, con un poco de ayuda de Lucas, dio su primer paso. Sin embargo, algo extraño sucedió. Cuando Juanito comenzó a patinar, los patines comenzaron a brillar con un destello mágico.

"¿Viste eso?" - preguntó Sofía, asombrada.

"¡No lo puedo creer!" - respondió Juanito, emocionado.

A medida que patinaba, Juanito se sentía más cómodo, y sus amigos lo animaban. Pero, de repente, una fuerte ráfaga de viento lo hizo perder el equilibrio y cayó al suelo.

"¡Juanito! ¿Estás bien?" - gritó Sofía.

"Sí, pero creo que no estoy hecho para esto..." - dijo Juanito, a punto de rendirse.

"¡No digas eso!" - exclamó Lucas "A veces, las caídas son parte del aprendizaje. Volvé a intentarlo."

Con un nuevo impulso, Juanito se levantó y, sorprendentemente, se sintió más seguro. Así que estiró las piernas y pidió ayuda a sus amigos para seguir patinando. Días pasaron y cada vez que Juanito patinaba, sentía que el brillo de los patines lo llenaba de energía y creatividad. Pero, un día, mientras practicaba, apareció una niña nueva en el pueblo, llamada Carla.

"¡Hola! Soy nueva aquí y me encantaría patinar. ¿Me enseñan?" - preguntó Carla con una sonrisa.

Juanito dudó un momento, pero recordó cómo se sintió cuando él necesitaba ayuda al principio.

"¡Claro! Pueden patinar juntas. Yo te ayudo, Carla." - dijo Juanito, sonriendo.

A medida que pasaron los días, Carla se unió al grupo y todos compartieron risas y caídas juntos. Sin embargo, Juanito se dio cuenta de que cada vez que enseñaba a Carla, sus patines dejaban de brillar. Un día, mientras patinaban, Juanito sintió que necesitaba averiguar lo que estaba pasando.

"Sofi, ¿te das cuenta de que mis patines no brillan cuando enseño a alguien?" - preguntó Juanito.

"Tal vez tu magia está en dar!" - sugirió Sofía.

Intrigado, Juanito decidió hacer una prueba. En la plaza, organizó una pequeña clase de patinaje en la que todos los niños del pueblo podían participar. Cuando les enseñó a patinar, los patines comenzaron a brillar de nuevo, pero no solo eso, el brillo se intensificó.

"¡Mirá! Ahora están más brillantes que nunca!" - gritó Juanito.

"Es porque brindás tu ayuda, Juanito. Tu magia crece cuando compartís lo que aprendés!" - dijo Carla, mirando admirada los patines.

Con esa revelación, Juanito se sintió más feliz que nunca. Comenzó a organizar clases todos los fines de semana y, con cada niño que enseñaba, el brillo de sus patines se multiplicaba. El pueblo entero empezó a unirse por el amor al patinaje, y la plaza se llenó de risas y alegría.

Desde ese momento, Juanito nunca volvió a sentir miedo de patinar. Aprendió que no solo se trataba de patinar bien, sino de compartir y ayudar a los demás. Al final, descubrió que el verdadero brillo no estaba solo en sus patines, sino en su corazón.

Y así, el pequeño pueblo de Villa Patín se convirtió en el lugar más feliz para patinar, y por supuesto, Juanito siempre fue el mejor maestro que cualquier niño podría desear.

FIN.

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