El Patito Feo y el Pueblo Bonito
En un pintoresco pueblo lleno de casas de colores, flores por doquier y gente siempre sonriente, un patito muy peculiar llegó un día. Los habitantes del pueblo eran muy amables, pero el patito tenía un aspecto un tanto extraño; su plumaje era de un tono marrón que lo hacía parecer más un pato de barro que un patito de verdad.
Cuando el patito llegó, todos miraron con curiosidad.
"¡Miren! ¡Un pato raro!" - exclamó Lila, la florista, haciendo una mueca.
"¡No se parece a nosotros!" - gritó Tito, el gallo, que siempre estaba buscando alguna excusa para presumir de su brillante plumaje rojo.
El patito sintió un nudo en el corazoncito. "¿Por qué no me aceptan?" - pensó. Decidió que tenía que hacer algo para ser aceptado en el pueblo. Así que un día se plantó en la plaza y se presentó.
"¡Hola, soy el patito y quiero jugar!" - dijo con una voz temblorosa.
Los otros patos solo se reían y hacían bromas.
"¿Qué juegos podés jugar con esa apariencia?" - rió Rita, la rubia, que era patito de color amarillo brillante.
"¡Contame tu secreto!" - agregó Fernando, un pato muy presumido que siempre presumía de ser el más bonito.
Así que el patito, decidido a encajar, les propuso varios juegos.
"¡Vamos a jugar a los obstáculos!" - sugirió. La idea era correr y saltar como locos.
Primero, el patito corrió a toda velocidad, pero tropezó con una piedra y dio un par de vueltas por el aire, cayendo de panza.
"¡Eso fue gracioso!" - se rieron todos los patitos.
"Creo que tenés que mejorar tu saltito, amigo" - dijo Tito con picardía.
Pero el patito no se dio por vencido.
"¡Intentemos otro juego!" - exclamó. Ahora quería jugar al escondite. Todos se escondieron detrás de un arbusto, pero el patito era tan grande que no podía encontrar un buen lugar. Al final, se escondió detrás de un cartel que decía "Pueblo Bonito".
"¿Dónde está el patito?" - preguntaron todos, riendo. Cuando lo encontraron, las risas estallaron.
"No somos buenos escondiéndonos, ¿no?" - dijo Rita.
El patito los miró y se rió también, aunque se sentía un poco triste por no encajar. Finalmente, se le ocurrió algo brillante.
"¿Y si hacemos un concurso de talentos?" - propuso.
"¡Eso es!" - gritaron todos, ilusionados.
Cada pato mostraría su talento. Tito cantó su mejor canción, Lila bailó en círculos como una flor al viento, todos los demás mostraron sus mejores trucos. Pero cuando llegó el turno del patito, todos lo miraron con expectación.
"¿Qué podés hacer?" - preguntaron.
El patito se alisó el plumaje con nerviosismo y, con una gran sonrisa, exclamó: "¡Voy a contar un chiste!" -
"¡Vamos!" - animaron los patitos.
"¿Cómo se llama un pato que hace karate?" - preguntó el patito, haciendo una pausa dramática.
"¡Un pato de combate!" - ¡Y todos estallaron en carcajadas! Las risas sonaban tan fuerte que asustaron a las aves del vecindario.
Todos comenzaron a aplaudir. Lila se secó una lágrima de la risa y exclamó: "¡Eras el mejor!" -
"¡Sí, tan divertido!" - añadió Fernando, sorprendido por su chispa y carisma.
Y así el patito feo comenzó a ser querido en el pueblo no por su apariencia, sino por su humor y felicidad. Esa los animó a aceptar a los demás tal como son.
Al final del día, mientras todos celebraban juntos, el patito se dio cuenta de que ser diferente no era algo malo, ¡y que la verdadera belleza estaba en la amistad y la risa!"¡Vamos a jugar siempre juntos!" - propuso entusiasmado el patito.
"Sí, ¡por siempre!" - respondieron todos.
Desde entonces, en el bello pueblo, todos los patos aprendieron a reírse de sí mismos y a valorar la diversidad. Porque aunque cada patito era diferente, juntos hacían un hermoso coro de risas. Y así, el pueblo no solo se hacía bonito por su apariencia, sino por la maravillosa amistad que construyeron todos juntos.
Y colorín colorado, ¡este cuento se ha acabado!
FIN.